Es realmente pasmoso ver la cantidad de gente que se escandaliza con las declaraciones de Sílvia Orriols contras los inmigrantes. Especialmente, entre los terceristas.

En ocasiones, el escándalo se transforma en sorpresa, enfado, indignación y hasta en espanto y pavor hacia la lideresa de Aliança Catalana.

Últimamente, también me han llegado críticas por el tono que utiliza la dirigente ultraderechista en sus discursos, y he notado preocupación por si ese estilo tan peculiar pudiera calar en amplios sectores del electorado catalán.

Pero lo que realmente más gracia me hace es que, a la mayoría de los que atacan y temen a Orriols, jamás les oí una sola palabra negativa hacia las políticas que durante casi un cuarto de siglo perpetró Jordi Pujol contra los ciudadanos de Cataluña no nacionalistas.

En esencia, lo que Orriols pide para los magrebíes es muy parecido a la forma en la que el expresidente de la Generalitat trató a los catalanes no nacionalistas o a los llegados del resto del país.

Y nadie movió un dedo por ellos. Nadie movió un dedo por nosotros ni por nuestras familias. Ni dentro de Cataluña, ni desde el resto de España. Por eso, ahora, cuando les veo escandalizarse, me hacen gracia. Me hace gracia su hipocresía.

Resulta que pedir que a los inmigrantes magrebíes se les trate toda la vida como extranjeros o exigirles una conversión cultural a cambio de concederles algunos derechos, es una barbaridad inaceptable; pero tratar durante décadas a los catalanes no nacionalistas o a los ciudadanos procedentes de otras CCAA como extranjeros y arrebatarles buena parte de sus derechos, es admisible.

El Pujol al que tanto pelotearon PP y PSOE –al que Illa recibe en el Palau con todos los honores–, a una buena parte de los catalanes les impidió estudiar en su lengua, borró cualquier rastro del castellano en toda la rotulación oficial en calles y carreteras, escondió intensamente el español en hospitales, ambulatorios, consejerías, universidades, medios de comunicación públicos, actos culturales, carteles, folletos y cualquier otro lugar –por pequeño que fuera– al que alcanzasen sus zarpas o sus subvenciones.

Pujol nos trató como a extranjeros en nuestro propio país. De hecho, la Generalitat aún sigue haciéndolo. Y ninguno de estos que ahora se escandalizan con las palabras de Orriols dijo ni pío. Malditos bastardos.