Se pueden poner como quieran, pero la Diada independentista en Cataluña, que llegó a alcanzar una participación de 1,8 millones de personas, pasó ayer a 73.100 asistentes. Los datos son de la Guardia Urbana de Barcelona y de otras policías municipales. La fuente para una y otra cifra. Sólo cambia el año: de 2014 a 2024.
En diez años, la Diada ha perdido el 95% de asistentes, como explica hoy Crónica Global. Y ello es indicativo de que algo no funciona en el nacionalismo catalán. Finiquitado el procés, con una presidencia de la Generalitat donde se pasa página de la cuestión territorial y donde finalmente se abordan los retos en la región, y con unos municipios donde mayoritariamente se debaten los bread-and-butter issues, los problemas del día a día, algunos en el campo de la secesión parecen no haberse enterado del momento actual.
La Diada independentista ha gripado, resta y es casi tóxica. Uno puede tener las ideas que quiera, pero los datos son tozudos: la debacle en la participación es tal, y la sensación de final de ciclo tan agudizada, que el independentismo parece estar transitando de ser un actor político clave en el territorio a ser folclórico.
Quedó claro ayer: las marchas por la separación, antaño gigantescas, pasaron sin pena ni gloria, y el catalán medio pasó completamente de salir a la calle.
Hubo voces, como la de Sociedad Civil Catalana (SCC), que sugirieron que la fiesta autonómica pase a Sant Jordi, el 23 de abril. Debátase. Pero lo factual es que la fórmula de estelada y tupper del procés, antaño controvertida pero masiva, ya sólo es polémica. Las legiones ciudadanas ni están ni se las esperan. El producto está averiado.
Mientras, el president Salvador Illa ha pasado su primera Diada tocando la nota adecuada. Ha apelado a los servicios públicos, a integrar la inmigración y a unir Cataluña. Ha sido institucional. No hubo nada discordante en el discurso del jefe del Ejecutivo autonómico el martes.
Si el resto de actores políticos del Parlament quieren hacer oposición al presidente regional, acaso convencer a más ciudadanos de que a sus tesis les asiste parte de razón, deberán esmerarse. Porque con la receta de 2014 queda claro que no le hacen ni cosquillas. Y es que ya no tienen ni los números; sólo les queda bronca.