El próximo lunes 26 de agosto es una fecha temida por muchos catalanes porque supone el regreso a la rutina laboral, con la dificultad añadida de que la vuelta al cole aún se demorará varias semanas y habrá trabajadores que tendrán que lidiar con sus hijos en casa. Es decir, que los quebraderos de cabeza del trabajo se sumarán al de qué hacer con los niños durante buena parte del día, especialmente en el caso de aquellas familias que no puedan permitirse dejarles con la siempre socorrida figura de los abuelos, como si estos no tuvieran bastante con lo suyo.

Son los problemas de la Cataluña real. Pero no hace muchos días, cuando mirábamos el calendario, veíamos en el 26 de agosto no un comienzo, sino un final. El final de la cuenta atrás para llegar a un acuerdo de investidura y la convocatoria automática de elecciones para el próximo octubre. El final de un embrollo político que nos ha dejado una ERC malherida por los resultados electorales y la guerra interna, un Junts secuestrado por el nuevamente desaparecido Puigdemont y un PSC que ha logrado el ansiado tres en raya. Gobernar el Ayuntamiento de Barcelona, la Generalitat de Cataluña y el Gobierno de España.

Y, con todo, la vida sigue igual. Porque no tengan ninguna duda que a los catalanes de a pie lo que les importa es qué panorama se van a encontrar en el trabajo o cómo van a afrontar los gastos del nuevo curso escolar, mientras que los trucos de magia de Puigdemont solo sobreviven al paso del tiempo en la red social X; una burbuja alejada de la Cataluña real y que no es representativa de absolutamente nada. La obligación de políticos es representar a la ciudadanía, velar por el bien común y llegar a acuerdos que mejoren la vida de la gente, pero parece que algunos dirigentes lo han olvidado (o no lo quieren recordar) por meros cálculos partidistas.

Quienes no lo han olvidado, y seguro lo recordarán, son los ciudadanos. Que ya demostraron el pasado 12 de mayo sus deseos de iniciar una nueva etapa para dar carpetazo a años de política estéril y fuegos artificiales. Ahora toca dar respuesta a los desafíos del presente y del futuro, ponerse a trabajar. Y no solo puede ser cosa del Govern de la Generalitat, también es tarea de la oposición.

Quien renuncie a hacer oposición constructiva esperando a que el gobierno se desgaste, se equivoca. Hay partidos que se inmolan desde el gobierno, pero también partidos que se inmolan desde la oposición. Hay ejemplos de sobra conocidos, pero allá cada pastor con su rebaño. A fin de cuentas, el 26 de agosto, la vida sigue igual.