El turismo aportó a la economía española 156.000 millones de euros en 2022, un 11,6% del PIB, según el INE. El año pasado, esa cifra creció hasta los 186.000 millones, un 12,8% del PIB, y Exceltur prevé que este 2024 supere la barrera de los 200.000 millones.
Este sector, generó 1,95 millones de puestos de trabajo en 2022 en toda España, a los que se sumaron otros 95.000 en 2023.
En Cataluña, el turismo supone el 12% del PIB y el 14% del empleo, según datos de la Generalitat. Sólo los turistas internacionales se dejaron en esta comunidad 21.200 millones de euros el año pasado.
La ciudad de Barcelona recibió en 2023 unos 15,6 millones de turistas que gastaron 9.700 millones (cifras que ascienden hasta 26 y 12.700 millones, respectivamente, si hablamos de la región metropolitana).
El ranking de los países que más visitantes recibe Barcelona lo encabezan -además del resto de España- Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Italia y Alemania. Y cada vez gastan más dinero.
Un estudio de CaixaBank Research prevé que este 2024 España reciba por primera vez más de 90 millones de turistas extranjeros y que el gasto medio de cada uno de ellos establezca un nuevo récord con más de 1.300 euros por persona.
Nadie duda ya de que el turismo es la principal industria nacional, especialmente en Cataluña y en Barcelona. Por eso resulta insólita la ola de turismofobia que recorre nuestras calles y las redes sociales.
Es evidente que, como toda actividad económica o industrial, el turismo genera incomodidades. Pero los beneficios que aporta a nuestro bienestar y progreso superan con creces todos los impactos negativos.
Sin embargo, hay una reforma que es imprescindible implementar en este sector: es justo y necesario, además de urgente, que los beneficios (y no solo las incomodidades) de la actividad turística se repartan de forma más equitativa entre los habitantes de las zonas con mayor impacto de visitantes.
Es intolerable que el botín del turismo se lo zampen apenas unos pocos (los mismos que acumulan poder y riqueza desde hace generaciones) e impidan participar del pastel a la mayor parte de la población.
O se soluciona este abuso, o la turismofobia no dejará de crecer. Y tal vez nos acabemos cargando a la gallina de los huevos de oro.