Josep Rull ha sido muchas cosas a lo largo de su vida, pero pasará a la historia de la política catalana por haber sido fontanero de Convergència durante la etapa de Artur Mas (2014-2016), conseller de Territori durante el Gobierno de Carles Puigdemont y, ahora, gracias a la inestimable colaboración de los Comunes con los partidos independentistas, president del Parlament.

Rull es uno de los dirigentes convergents por excelencia, de esos cuyas recetas económicas y sentido pragmático de la política generan complicidades en el establishment a la par que todo tipo de animadversiones en las agrupaciones locales de la izquierda más izquierda y en los barrios más obreros de Cataluña. Rull es ese convergent a quienes los Comunes desprecian, pero que, paradójicamente, se ha convertido en la segunda autoridad de Cataluña porque los de Jéssica Albiach le prefieren a un presidente del Parlament socialista.

¿La razón? Que Jaume Collboni sucediera a Ada Colau como alcalde de Barcelona con los votos de sus exsocios y del popular Dani Sirera aún escuece. Tanto que los de Albiach llevan meses obsesionados con retratar al PSC como un partido de derechas (a la derecha del PSOE, como bien dicen), aunque sus bajas pasiones tengan como precio cargarse los presupuestos de Pere Aragonès para hacer frente a los desafíos sociales de Cataluña, mandarnos a elecciones el 12M y quedarse con seis diputados pese a ser socios de la coalición del Gobierno de España.

En esa campaña nos hablaron de los peligros del casino Hard Rock, de una inminente “coalición del asfalto” entre PSC-Junts por el mero hecho de coincidir en la ampliación del aeropuerto de El Prat, y hasta tuvieron el cuajo de exigirle a Salvador Illa que aclarara si iban a pactar con el partido de “la derecha catalana”.

Es ese partido al que ayer pusieron la alfombra roja (de un rojo que ya destiñe) para que presida el Parlament y dejen hacer la performance de una investidura a Puigdemont.

Con Yolanda Díaz habiendo abandonado la dirección de Sumar y Colau implorando a Collboni que la enchufe en el gobierno de Barcelona, quién sabe si no acabarán dándole sus votos a Puigdemont para seguir siendo la verdadera izquierda frente al PSC. La verdadera izquierda que no escucha a los obreros, pero sí entrega las llaves del castillo a los políticos convergentes por el miedo a ser tildados como fachas o traidores.

Tal vez han olvidado que la derecha catalana, además de ser catalana, también es derecha…