Fue Napoleón Bonaparte quien sostuvo, seguramente en diciembre de 1812 después de perder la batalla con los rusos, que la victoria pertenece al más perseverante.
Salvador Illa Roca (La Roca del Vallès, 1966) ha sido el candidato a la presidencia de la Generalitat más perseverante desde Pasqual Maragall. Por el medio han ejercido de presidentes herederos de otros políticos, dirigentes que estaban en el lugar indicado y el momento oportuno y, al final, aquellos que se libraron de la prisión o no se fugaban.
La victoria de Illa en las elecciones autonómicas catalanas es el resultado de un ímprobo trabajo político, por un lado, y de una actitud de sentido común y razonabilidad reconocida al fin por la ciudadanía. Su éxito de ayer es, sobre todo, conseguir que el ejército independentista esté cautivo y desarmado después de más de una década en la que ha conducido Cataluña al declive y al pesimismo colectivo. ¿Su fórmula política?: las reuniones a primera hora de la mañana en el despacho del Parlament, las cenas en algún pueblo recóndito de la geografía catalana, el tono, la educación y el respeto al adversario, una cualidad que sorprendía y le hizo brillar siendo ministro de Sanidad en plena pandemia.
Llegan ahora días y cábalas sobre cómo ese triunfo en las urnas se traslada a la gobernabilidad de la autonomía y, en paralelo, cómo y cuánto afecta a la gobernación del Estado. Illa tiene la opción de intentar un Ejecutivo en solitario con pactos y alianzas parlamentarias variables, lo que sería su definitiva consagración como representante del centro político. Es, asimismo, la menos nociva para los intereses de Pedro Sánchez.
La alternativa a esa opción (que, por cierto, ya le ha funcionado durante un año en el Ayuntamiento de Barcelona) es reeditar un gobierno tripartito de izquierdas. ERC no llegaría a esa mesa de negociación en su mejor momento después del trastazo que se dio ayer en términos electorales. La única satisfacción que les queda a los republicanos es hacerle la vida imposible a Carles Puigdemont y darle en el hocico a la oferta de unidad independentista que el fugado inventó al conocer su segunda posición desde Argelès. Los comunes tampoco son los mejores compañeros posibles para ese viaje. Desde que Ada Colau taconea por los pasillos del partido se ha perdido la brillantez de la antigua Iniciativa per Catalunya y la superioridad intelectual del PSUC. Muchos olvidan, en Madrid tienen ese hábito, que ERC adelantó las elecciones porque los comunes les negaron la aprobación de los presupuestos. Por cierto, se agarraban al clavo ardiendo del proyecto Hard Rock. Tanto ellos como la CUP hicieron bandera de su negativa y en la circunscripción de Tarragona, donde estará ubicado, se han llevado un revolcón de órdago en votos y escaños.
[El tiempo del constitucionalismo catalán]
Puigdemont dio su palabra: si no soy presidente de la Generalitat abandonaré la política activa. Nada hace pensar que el hombre del maletero tenga posibilidad alguna de ocupar ese cargo. ¿Cumplirá? Ese interrogante es de los pocos que todavía amenazan la adaptación de la antigua Convergència a un partido nacionalista de orden. El día que Illa sea investido jefe del Ejecutivo catalán Puigdemont, el líder que ha sistematizado el pulso al Estado como ideario político, debería anunciar su retirada. De momento, según se le intuía anoche, parece que pretende alargar ese instante y llamó a la unidad independentista. Más semanas para esperar la llegada de la ley de amnistía.
La de ayer es la segunda ocasión en la que Illa vence en unos comicios regionales. La anterior, en 2021, lo hizo con 33 diputados, aunque obtuviera más votos que ERC y se quedará en la oposición por la unión final de los soberanistas. También había ganado en 2017 Ciudadanos. Mientras el partido de Albert Rivera e Inés Arrimadas dijo ayer adiós a su historia, el dirigente socialista se encaramó a lo alto del podio (recuerden: siempre la perseverancia del corredor de medio fondo).
Católico convencido, quizás influido por sus años de formación en los escolapios de Granollers, el primer secretario de los socialistas catalanes empezó a tomar notas para preparar un réquiem por el independentismo. Muchos constitucionalistas hubieran deseado vencer con una sangría mucho mayor, pero el perseverante Illa volvió a recordar que los respeta. Si será una misa u otra ceremonia discreta lo veremos en los próximos días (ojalá un independiente y triunfal Alejandro Fernández oficie esa eucaristía), pero el independentismo ha empezado a rellenar cajas para abrir paso a una Cataluña moderna y sin ataduras identitarias. Solo por eso ya merece la pena que en Madrid sigan sin entender mucho de lo que sucede en Cataluña y la corte mediática se preocupe más por el futuro de Sánchez que el por de ocho millones de catalanes.