Este artículo puede quedar invalidado en apenas unas horas. La encuesta que hoy publica Crónica Global también podría resultar inútil en apenas unos días. Pero, como la nuestra, también la del CIS o la de CEO. Son tiempos líquidos en los que la política se revoluciona y transforma con tal celeridad que resulta mejor no comprometerse en demasía con juicios y opiniones de cualquier signo. Era André Maurois (1885-1967) quien sostenía que nada resiste tanto como lo provisional…

Por partes. Pedro Sánchez será el responsable de que, por una vez, las elecciones catalanas no se hagan en clave regional, sino estrictamente española.

Según cuál sea hoy el pronunciamiento del todavía presidente del Gobierno español después de sus jornadas de reflexión, el país puede estallar de conmoción o de ira. Nunca sabremos del todo cuánto de lo que acontezca ha sido parcialmente previsto ya por ese mago de la política cuya chistera parece no tener límite para la extracción de conejos. Nadie todavía es capaz de situar con claridad qué parte de su dimisión en diferido responde a un sentimiento noble, a la par que irresponsable como cargo público, y cuál es la que se ensamblaría mejor con las jugadas de ajedrez que en su día practicaba con Iván Redondo como asesor.

Tendremos rápida resolución a todas esas dudas, pero cuando Sánchez hable nos quedará todavía un trecho por recorrer de incierta resolución. Si decide proseguir en la presidencia, convocar una moción de confianza o, incluso, anunciar unas generales anticipadas a partir del 29 de mayo, el ruido social será enorme, de manera especial en la campaña electoral catalana. Habrá conseguido que los electores no decidan entre Salvador Illa o Carles Puigdemont. Será un plebiscito sobre su figura. Aplicado a Cataluña se trata de un tipo de elección más entroncada con unas generales en las que el PSC-PSOE ha conseguido de forma histórica en Cataluña unos excelentes resultados. Eso, hoy, tampoco es garantía de nada.

Los independentistas de Puigdemont y los republicanos de Pere Aragonés aún buscan la bolita que el trilero Sánchez les ha puesto bajo unos vasos cuando se las prometían más felices para reeditar un gobierno soberanista, a modo de pareja de conveniencia entre dos divorciados. De golpe sus estrategias de campaña se han pulverizado. Los añicos los repartían este fin de semana en actos electorales por el territorio. La imprevisibilidad del presidente español ha alcanzado las cotas más altas y ha dejado noqueados a todos los nacionalistas catalanes. Una opinión que comparten hasta sus propios correligionarios (hubiera dado un guisante por ver la cara de Salvador Illa cuando se le comunica que este viernes pasado su jefe de filas se borraba del inicio de campaña en Sabadell). El mismo tipo que indultó a los soberanistas irredentos y se tragó la ley de amnistía puede ser el artífice involuntario de su desalojo de la Generalitat e, incluso, de que la ley del perdón no vea siquiera la luz. Tampoco ese escenario permite apuestas sin riesgo de error.

Si Sánchez se acurruca en las peticiones de que prosiga, el daño infringido al poder judicial, incluso a los medios de comunicación del país (que, aunque no formamos parte de la división clásica de poderes, sí tenemos un indiscutible papel de reequilibrio democrático), puede ser excesivo para combatir los déficits que a su decir motivan el hartazgo. Si su amorosa carta solo sirve para atizar a la parroquia hacia una especie de credo populista de izquierdas, el país anda peor que servido. De no ser porque la economía avanza a buena marcha y, a pesar de los desequilibrios estructurales, el empleo se encuentra en saludables tasas de ocupación, la maniobra del jefe del Ejecutivo podría derivar en una incitación a la revuelta social de mediar otro escenario. Los ciudadanos, cada vez más próximos a la Italia que se emancipó de su clase política, permanecen más preocupados de forma mayoritaria por las cuestiones que conciernen a su cotidianidad que por la batalla reavivada en las últimas horas.

Sin debatir sobre las razones subjetivas (la honorabilidad, el ser y el parecer) que motivarían la actuación presidencial, las consecuencias sí son más objetivas. Las elecciones catalanas están en el aire y los protagonistas y las temáticas de público debate no se parecen en nada a las de hace una semana. A Puigdemont solo le queda dejarse detener en campaña para acercarse a la notoriedad de Sánchez entre el electorado. Neoconvergentes y republicanos se victimizan también en sus discursos. Puigdemont con la matraca de que nadie ha sido más perseguido que él en lo personal y lo político. Los de ERC ya sostienen que cuando a ellos les atacan no se rinden… A rebufo de Sánchez, sin excepción.

Lo que conviene tanto a España como a Cataluña son grandes acuerdos de regeneración y modernidad, incluso pactos de Estado que superen los ciclos electorales y alcancen al menos a una generación. Responsabilidad, en definitiva. Lejos de eso vivimos tiempos de manifiesta y peligrosa irresponsabilidad política tanto en el fondo como en las formas. Fue el escritor portugués José Saramago quien a propósito de las muertes en las carreteras sostenía que se debían a una disputa, mutua competencia, entre el alcohol y la “alegre irresponsabilidad”. 

Este lunes ha sonado nuestro despertador con más incertidumbres políticas que nunca. Lo inmediato será conocer qué tiene que decirnos el presidente del Gobierno. Pero como cada día tiene su afán que nadie se extrañe si por los errores de unos y otros, la alegre irresponsabilidad de todos y el cortoplacismo de los grandes partidos de orden, los extremismos populistas de Podemos, la CUP, Vox o la neonata Aliança Catalana ganan protagonismo y Cataluña y España se quedan amarradas al muelle de la inestabilidad.