Que a estas alturas de la película algunos vuelvan con la historia de la Operación Cataluña es, cuando menos, anacrónico.

Todo apunta a que esta campaña responde a una operación para blanquear los pactos del Gobierno Sánchez con los nacionalistas y sus correspondientes e incesantes cesiones.

De hecho, todo lo que algunos medios están publicando a bombo y platillo ya se conocía, y ya fue exprimido electoralmente contra el PP, que lo pagó con creces.

Es posible que el conchabeo de socialistas e independentistas de todo pelaje esté desgastando a los socialistas más de lo que se pensaban. Y no les ha quedado más remedio que contraatacar con un “y tú más”.

Todos los Estados democráticos occidentales tienen cloacas. Lo que hay que exigirles como ciudadanos es que estas actúen para buscar el bien común y lo hagan decentemente. ¿O qué se creen que es el CNI?

¿Utilizó el Gobierno de Rajoy métodos ilegales para investigar si Jordi Pujol, Artur Mas, Xavier Trias o sus familias habían defraudado a Hacienda? Algunos ciudadanos opinan que, si fuera así, sería inaceptable. Otros consideran que, ante un desafío como el secesionista, ante una situación excepcional, hacen falta medidas excepcionales. Y hay quienes esperamos que el CNI trabaje por la integridad de la nación, sobre todo cuando la ruptura se plantea ilegal.

En todo caso, eso hoy carece de la relevancia política que algunos medios quieren darle.

Lo trascendental es que el actual Gobierno ha acelerado el ritmo de desguace del Estado que los anteriores Ejecutivos mantenían a velocidad de crucero desde hace décadas. Y este, como los anteriores, lo hace con el simple objetivo de mantenerse en el poder.

Recuperar y presentar como un gran caso las historias del presidente que se leía el Marca de cabo a rabo, del ministro del ángel Marcelo y del comisario que contrataba a prostitutas-espía, para quitar importancia al desmantelamiento sistemático del Estado, no solo es ridículo, sino que, sobre todo, es infame.