Las luces de Navidad iluminan la plaza Sant Jaume mientras una oscuridad total se apodera del Palau de la Generalitat. Pere Aragonès acabará el año 2023 como president, pero todos dudan de que pueda hacerlo en 2024. Las elecciones autonómicas están previstas para febrero de 2025, pero el mandato del republicano pende de un hilo por múltiples factores que, a estas alturas, son difíciles de superar en un clima de competencia preelectoral.

El primero de todos, la sequía. Una crisis que arrojará a Cataluña a una situación de emergencia próximamente y que ha evidenciado, nuevamente, la falta de previsión y estrategia del Govern pese a los múltiples avisos que ha recibido en los últimos años. A estas alturas, el consenso político para buscar una salida a la crisis no es imposible, pero no podrá maquillar un patinazo de los republicanos en la antesala de las elecciones catalanas. La herida es tan sangrante que en los mentideros políticos no se descarta que Aragonès articule una actuación política con el apoyo de PSC y Junts para, después, convocar elecciones y evitar que un verano de pánico desplome las perspectivas electorales de ERC.

En segundo lugar, los presupuestos. Aragonès sacó adelante las cuentas del 2023 rehén de las exigencias del PSC y los comunes y, ahora, sus incumplimientos le impiden poner sobre la mesa los presupuestos del 2024. Los socialistas huelen la sangre de Aragonès y, si bien no descartan alcanzar un nuevo acuerdo en interés de todos los catalanes, aprietan las tuercas al president para evidenciar su falta de apoyos y su incapacidad para gobernar.

Y, en tercer lugar, pero no último, el informe PISA. Unos resultados catastróficos que sitúan a Cataluña a la cola en matemáticas, ciencias y comprensión lectora. La cuestión es compleja y no todas las culpas pueden achacársele a este Govern, pero ERC ha tenido amplias responsabilidades en educación durante los últimos 10 años y, en las últimas horas, la autocrítica no ha tapado cierta pasividad a la hora de anunciar medidas de calado para dar la vuelta a la situación.

El final de la era Aragonès a lo largo del 2024 o principios de 2025 parece inevitable. Y en vísperas de que un nuevo huésped del Palau descorra las cortinas para dejar entrar la luz, el edificio histórico se ha convertido en una suerte de casa de los espíritus donde resuena el eco de las voces de amigos y enemigos.

La voz de Oriol Junqueras recorre las dependencias pidiendo regresar al cartel electoral de los republicanos después de años de martirio en la prisión. La voz de Ernest Maragall anuncia que se va, pero aún susurra como los fantasmas que quieren seguir influyendo en la vida de los vivos. Y la voz de Carles Puigdemont, que nunca se apagó, aterroriza a los republicanos con los plazos de la amnistía y la duda de si el Parlament de Cataluña no brilla más que el Parlamento Europeo.