Si la empresa familiar ha sido un signo distintivo de la economía catalana, también las desavenencias, enfrentamientos y luchas han resultado una constante. Los hermanos Juan y Manuel Lao partieron peras en su día de un negocio de juego, Cirsa, que habían construido a la par. Los hermanos Roviralta se repartieron los negocios de la familia y uno se quedó con la pujante Werfen (y sus ramas sanitarias) y otro con la recién perdida metalúrgica Celsa. Pero hubo más, y en todas las corporaciones de capital familiar siempre han existido estiras y aflojas, sobre todo cuando se produce el ascenso de nuevas generaciones a la cúpula. Pasa entre los Molins, Carulla, Rodés, Daurella, Gallardo, Grífols…
Los últimos en sumarse a los líos familiares son los propietarios de Planeta, otra de las grandes compañías nacidas y desarrolladas desde Cataluña. Una facción de la estirpe, encabezada por José Manuel y Pablo Lara García, hijos del fallecido José Manuel Lara Bosch, propietarios del 33% del grupo, han anunciado en los últimos días al resto de socios que ponen a la venta su participación en la compañía y que Morgan Stanley se ocupará de la operación.
El 66% restante de Planeta está formado por dos grupos de Lara que, a su vez, disponen cada uno del 33% de las acciones. Por un lado, figuran los descendientes del también desaparecido Fernando Lara Bosch y, por otro, la rama que encabeza la hermana viva de los traspasados, Inés Lara Bosch. El presidente de Planeta, José Creuheras, ha representado en el tiempo a ese 66% del capital. Fue él quien en 2018 fulminó a José Manuel Lara García como consejero delegado con el apoyo de sus tías. Después no todo ha sido un camino de rosas para el siempre discreto presidente, que ha debido hacer frente y dar explicaciones sobre el hundimiento de la patrimonial de la familia, Inversiones Hemisferio (ya extinguida), que no levantó cabeza desde la desastrosa inversión de la generación anterior en Banc Sabadell.
Que ahora el destituido José Manuel y su hermano Pablo hayan comunicado que ponen en venta el 33% de Planeta suena, como poco, a broma. ¿Quién en su sano juicio empresarial invertirá en la compra de un paquete accionarial con el que no podrá maniobrar ni tomar decisión alguna en contra del 66%? ¿Quién pagará los 900 millones que los supuestos vendedores aspiran percibir por la operación si Planeta es una compañía que desde hace años apenas reparte dividendo y que justo ahora, gracias a la división de formación, parece recuperarse de los problemas acumulados en la cuenta de resultados?
Es obvio que la solución a este enfrentamiento solo puede tener un origen interno, que unos accionistas compren a otros. O eso sucede o solo cabe una venta concertada de la totalidad del capital. Lo de buscar un accionista exterior suena más al anuncio público de que vienen más problemas a la familia: exposición pública con la operación, la posibilidad de tener un socio al que haya que aguantar en la junta de accionistas anual y un debate innecesario sobre el valor de una compañía que acumula más intangibles que activos a cuantificar. Un clásico de las guerras intestinas: quien a hierro mata, a hierro muere…
Los líos accionariales de cualquier empresa afectan a la gestión diaria. Cuando eso sucede en una compañía con lazos y obediencias familiares, el nivel de incidencia es incluso superior. La dirección de Creuheras se verá sometida al escrutinio de todos los concernidos mucho más que antes del anuncio de salida de una parte de los socios. Los desencuentros entre otros hombres del grupo como Mauricio Casals y Javier Bardají pueden pasar a un irrelevante segundo plano cuando el lío accionarial se ha convertido en protagonista del futuro de Planeta.
La importancia en el ámbito cultural de Planeta y su influencia en materia de comunicación (propietario de Atresmedia y el diario La Razón) quedan evidenciados con la convocatoria anual de los premios literarios que llevan el nombre de la compañía y que instituyó aquel agudo emigrante sevillano que fundó la empresa en Barcelona en 1949, José Manuel Lara Hernández. También acaban de realizar una demostración de fuerza al reunir en Madrid a unos 3.000 invitados en el acto de celebración del 25 aniversario de La Razón. Presidido por los Reyes, el acto contó con expresidentes, ministros, políticos, empresarios y otros habituales del couché de las revistas embutidos como en un vagón del metro en hora punta. Mauricio Casals, el gran muñidor del evento, ejerció de anfitrión pese a su delicado estado de salud y para sorpresa de la concurrencia. La Villa y Corte al completo.
Los Lara atraviesan un momento difícil y de trascendental importancia para el ecosistema empresarial catalán. Con un gobierno de la Generalitat a por uvas, no es de extrañar que el jefe de la oposición, el socialista Salvador Illa, esté siguiendo con atención y detalle lo que sucede en el grupo editorial. Que los líos familiares pudieran derivar en la pérdida de una compañía cuasi sistémica preocupa y no poco a los que miran al futuro de Cataluña con luces largas.