Vivir en una crisis económica infinita empieza a ser lo habitual para la generación que se incorporó al mercado laboral en 2007 y todas las que han venido después. Desde la doble recesión que siguió al fin de la burbuja inmobiliaria hace ya 15 años ha habido pocos momentos de “brotes verdes”, tal y como aseguraba Elena Salgado en su etapa final de ministra, justo antes de dar el salto a varios consejos de administración. La aparición del Covid supuso la puntilla a la “recuperación” y las dos guerras que han estallado en los últimos años han recordado que la geopolítica tiene una agenda propia.

La incertidumbre es la nota dominante y en los discursos empresariales de las últimas semanas emerge un verbo conocido, el de imponer “disciplina” --con todas las variantes posibles--. Si ya se esperaba un último trimestre complicado, la eclosión del conflicto en la Franja de Gaza ha encendido las alarmas.

Los gestores de fondos, los primeros en notar los cambios, coinciden en que cuesta más cerrar la entrada de equity para nuevos vehículos. Lidian en un mercado en el que conviven las estrategias conservadoras (la mayoría) y los oportunistas de turno que ya están superespecializados en pescar en aguas revueltas. Además, los movimientos en los mercados financieros de las últimas semanas presagian que los tipos de interés serán altos (incluso más de lo esperado) y durante más tiempo.

Los sindicalistas calientan motores para hacer frente a una nueva oleada de regulaciones de empleo que imponga esta “disciplina” a las cuentas de resultados. La receta para garantizar la productividad en un entorno inflacionario pasa de nuevo por los salarios y el sector público ni está ni se le espera. Madrid está en funciones y la poca importancia que se da en Cataluña a estas cuestiones quedó meridianamente clara en la sesión de seguimiento del Pacto Nacional por la Industria que se celebró esta semana en el Parlament, ese gran espacio de consensos que ha servido para poco más que para presentar power points.

Cataluña ha pasado de ser un territorio con una burguesía emprendedora y capaz de adaptarse a las circunstancias a otro donde los herederos venden sus negocios para dedicarse a las finanzas, con algunas excepciones tecnológicas muy ligadas a Barcelona. Es la principal palanca de la economía catalana en estos momentos. ¿También habrá que aplicarle el rigor máximo cuando se imponga la ansiada y añorada “disciplina”?