Cada vez son más los partidarios de restringir el uso de los teléfonos móviles en los colegios de Cataluña. No es sorprendente, teniendo en cuenta que los casos de bullying y de acoso sexual van in crescendo, a la vez que se dispara el consumo de pornografía por parte de niños cada vez más pequeños.

Hace unas semanas, amanecíamos con un caso espeluznante en Extremadura: una niña de seis años había sido víctima de acoso sexual por un grupo de su misma edad. ¿Con esa edad tienen instinto?, fue la pregunta que todos nos hicimos al leer la noticia y que los expertos ya han respondido: sí, los niños pequeños también tienen impulso sexual, explicó el vicesecretario del Colegio de Psicología de Cataluña, Roger Ballescà, en RAC1.  

Es cierto es que estos tres niños también son, de una manera u otra, víctimas de un sistema que hace la vista gorda y que pasa de regular el uso de internet. No se les puede culpar a ellos por buscar respuestas a su curiosidad en la red. Pero eso no significa que haya que quedarse de brazos cruzados ante unos casos que se repiten con demasiada frecuencia en las aulas. Y no hay que irse muy lejos, porque en Cataluña también los tenemos. Tras el caso de Extremadura, una profesora explicaba a este medio que tuvo que enfrentarse a un episodio complejo con un grupito de seis años que cogían con fuerza a un niño para que diese un beso a otra compañera. Hay quienes, en los últimos años, vienen diciendo que situaciones de ese tipo son un juego de niños. Pero nada más lejos de la realidad: deja de serlo en el momento en el que un menor no quiere ir al colegio y su familia tiene miedo de que su hijo “se convierta en una manada”, asegura la profesora que lidió con ese caso. Y es que actuar a tiempo, con una buena educación y acompañamiento, podría evitarnos muchos dramas en el futuro. 

No lo digo yo, lo dicen los profesionales: el consumo tan temprano de la pornografía puede llevar a este tipo de situaciones. Menores que, ni más ni menos, quieren imitar lo que ven en internet. Y ante este panorama, sorprende que la consellera de Educación, Anna Simó, pase el marrón a los directores para que sean ellos quienes decidan si prohíben o no los móviles. Ella dice que cree en “la autonomía del centro”, aunque algunos lo veamos como un acto de cobardía. Y es que no reconocer que el móvil es un problema en los colegios es dar la espalda a la realidad.

Si ya los adultos tienen (tenemos) dificultades para utilizar bien los dispositivos, ¿qué podemos esperar de los niños? Por supuesto que el uso de las tecnologías puede ser beneficioso para el aprendizaje, pero no cabe duda de que, hasta ahora, la realidad viene siendo otra. Los móviles absorben tiempo y capacidad y son un mal ejemplo para todos, pero más todavía para los niños que viven pegados a una pantalla.

A estas alturas, lo que más debiera preocuparnos no es que el Govern no tenga claro qué hay que hacer con estos aparatos. Sino que la palabra prohibir dé más miedo que las consecuencias que el (mal) uso del móvil puede tener.