Barcelona seguirá pagando el controvertido legado del gobierno de Ada Colau (BComú) durante algún tiempo. De 2015 a 2023, sobre todo durante el primer mandato, los comunes se echaron al monte firmando una gestión muy ideológica y marcada por el abordaje de grandes cuestiones que, a veces, no eran ni de la competencia del ayuntamiento. Por otro lado, fallaron en las cuestiones terrenales y perentorias, las que más preocupaban a los vecinos.
Un ejemplo de ello se plasmará en Sants pasado mañana. El jueves, tapada por la campaña electoral de las generales y con medio país en la playa, Funeraria San Ricardo inaugurará el polémico Tanatorio de Sants. Como se dejó escrito en esta columna, no se trata de si inversión sí o no, se trata de si es adecuada en ese lugar. Y la respuesta es claramente negativa: no lo es.
La sala de velas junto a la estación encaja un equipamiento mortuorio junto a una nave para hacer castells (¿?), una plaza con parque infantil y actividades vecinales y a ocho metros de un edificio de viviendas. El gobierno municipal acaba de regular que las nuevas salas de despido estén cerca de cementerios, pero con el Tanatorio de Sants llega tarde. Lo ha permitido entre maniobras, cuitas y vergonzosos silencios.
Y todo ello tiene un nombre: Marc Serra, exconcejal de Derechos Sociales, Participación y de Sants, que dejó una bochornosa gestión al frente del distrito de Sants. No sólo fue incapaz de desincentivar que Funeraria San Ricardo se hiciera suya la ciudad, echara a un Happy Park y transformara una fábrica modernista protegida -que en otro tiempo y lugar daría pie a un equipamiento comunitario- en un tanatorio privado, sino que, llegado el momento, se escondió cuando la pelota vecinal se le hacía grande y dio excusas de mal pagador cuando le afearon su tibia defensa del barrio.
Marc Serra terminó el mandato dejando vendidos a los vecinos de Sants y favoreciendo una microtrama en la que no falta de nada: apellidos ilustres entre los prohombres barceloneses -los Almirall Bellido-; un gran grupo asegurador -Ocaso- y un operador funerario -Áltima-. Nadie controló si la nueva instalación vulnera la ordenanza funeraria, si es arquitectónicamente razonable o qué impacto tiene sobre el patrimonio.
Serra, por otro lado muy beligerante contra la prensa crítica -siempre con recursos públicos-, se tragó el sapo del tanatorio, hizo el papel que le pidieron que jugara desde arriba como un buen escolanet y no es que cabalgara las contradicciones, como se dice a menudo: es que se subió a toda la estampida de búfalos y la lideró como el que más.
Fue algo similar a lo que ocurrió con otra de las exconcejales más puras de los comunes: Gala Pin. La exedil de Ciutat Vella y escudera de Colau nos vendió a los periodistas expulsiones de discotecas del Frente Marítimo que no tenían base alguna, querellas contra Desokupa que no fructificaron y, cuando había socializado la culpa y todos "trabajábamos para los lobis (sic)", se acabó marchando al sector privado subvencionado por el ayuntamiento. Pasándose el código ético municipal por el arco del triunfo, como concluyó el Comité municipal del ramo.
Con Pin ya lejos de la política, los clubes nocturnos que tenía que echar siguen aquí, y pinta que va para largo. Pese a que por dos veces los comunes aseguraron que sacarían a los operadores del Frente Marítimo, los usos económicos seguirán, por ahora. Fue así porque el Estado tuvo que intervenir y cuadrarse ante un gabinete, el de Colau, que ni se aclaraba ni les decía la verdad.
Son dos ejemplos de la herencia envenenada de Marc Serra y Gala Pin para Barcelona. Adanismo, maximalismo y política de vuelo gallináceo que poco (o nada) ha mejorado la vida de los ciudadanos. Lo que cabe preguntar ahora es si esa política volverá tras el 23J.