Poco sospechoso de agitador, Eduardo Mendoza Garriga ha inaugurado un ciclo de reflexiones sobre Barcelona impulsado por el Círculo de Economía y previo a las elecciones municipales del 28 de mayo próximo. Autor de La verdad sobre el caso Savolta o La ciudad de los prodigios, el escritor nacido en el Ensanche en 1943 reivindicó esta misma semana y en ese foro que la capital catalana volviera a ser una ciudad de cultura.
No fueron amargas sus palabras, tenían la nostalgia justa y la capacidad de análisis cenital suficiente para no ser consideradas partidistas, sectarias o incluso dogmáticas. Pocos intelectuales se refieren a su entorno natal con tal neutralidad quirúrgica. Mendoza explicó incluso la anécdota de cómo hizo enfadar al entonces alcalde de su ciudad Pasqual Maragall cuando le pidió irónicamente que le pusiera en nómina del consistorio. Estaba obteniendo un éxito acaparador a partir de 1986 cuando su novela de referencia se publicó. Mendoza se hartó de conceder entrevistas --hasta tres diarias-- en las que irremediablemente promocionaba la ciudad ante una prensa internacional que la descubría en la antesala de las Olimpiadas de 1992.
Este premio Cervantes no reclama para sí un reconocimiento de su ciudad. De hecho, sostiene que se relaciona con ella como con una madre. Conserva su distancia crítica de siempre. En ese marco hace una sugerente distinción de género entre grandes urbes. Madrid es una ciudad masculina; Nueva York, femenina; París, también masculina; y Barcelona, donde experimentó como el rumor de los rebuznos del burro del bodeguero que vendía vino a granel con un carro por las calles se sustituía por el de los televisores, es a su juicio una ciudad eminentemente femenina.
Es harto probable que si a la candidata de Barcelona en Comú a las elecciones alguien osara preguntarle por el género de la ciudad que quiere gobernar otros cuatro años más (ya todos olvidamos su compromiso de limitar los mandatos), Ada Colau respondiera que es una localidad LGTBI o parecido. Y quizá ahí radique la gran aportación de la alcaldesa buñuelo en los ocho largos años en los que ha regido su destino: Barcelona ha diluido su identidad.
Tampoco es lo peor del legado de Colau. Hay episodios más complejos. Mendoza, con el sosiego del octogenario brillante y que regresa indemne de todas las batallas vitales, lo puso sobre la mesa con astucia: “Hay que dar facilidades a los que llegan con proyectos, acostumbran a ser los más listos”. No hacía falta entrar en mayores, dejó ir su malestar con la negación administrativa y el adormecimiento barcelonés sin desgranar los detalles.
Disfruta de una enorme suerte el literato por vivir a caballo entre Londres y Barcelona. “Cuando estoy allí tengo la sensación de que todo pasa por Londres… En Barcelona parece que el mundo se desvía por el Cinturón de Ronda”. Y su metafórica reflexión incluye una auténtica carga de profundidad sobre el presente barcelonés: casi nadie sabe ya si Barcelona es su padre, su madre, cuál es su identidad, por qué la oposición a los proyectos de desarrollo, de dónde sale ese extraño conservacionismo de izquierda radical, ni tampoco por qué el mundo se nos escapa y pasa de largo por la circunvalación viaria. Será cosa de limitar por las bajas emisiones o vaya usted a saber. Pero sí, se le entendió todo sin manifestarlo expresamente: el cambio debe empezar el 28 de mayo y proseguir después para recuperar a la madre extraviada. Añagazas de escritor.