Durante los años más candentes del procés el constitucionalismo cerró filas frente al independentismo. Demócratas de derechas y de izquierdas coincidieron en combatir a los separatistas por la forma en la que trataron de lograr la secesión, pero también por la propia independencia en sí, como objetivo político.
Hoy, con las aguas más calmadas, incluso aquellos partidos que negocian y pactan con los independentistas mantienen las críticas al proyecto político secesionista y se desmarcan de él con nitidez.
Sin embargo, no ocurre lo mismo con el nacionalismo. Todavía abundan los constitucionalistas que ven con cierta simpatía o comprensión a ese movimiento político-social, al que consideran como una especie de independentistas moderados o pragmáticos.
Se equivocan. Parece que no se dan cuenta de que, en realidad, el verdadero peligro para la convivencia, la igualdad y los derechos fundamentales de los ciudadanos es el nacionalismo catalán, más que el independentismo.
Este mismo jueves hemos tenido un claro ejemplo de a qué me refiero encarnado en el ex consejero de Cultura de la Generalitat Ferran Mascarell.
Durante su interrogatorio como testigo de la defensa en el juicio por corrupción a Laura Borràs, Mascarell ha defendido el proyecto de una nueva página web de la Institución de las Letras Catalanas (ILC) que planteó la expresidenta del Parlament (y que ahora podría llevarla a la cárcel).
Y para mostrar lo excepcional que iba a ser el portal, Mascarell se ha sincerado: “Decidimos que en el portal debía haber incluso autores catalanes que escriben en castellano como instrumento para que fuese visible en el conjunto del Estado y fuera de él”.
Hombre, señor Mascarell, gracias por permitir que escritores catalanes que escriben en español fueran aceptados en la nueva web de la ILC. Gracias por dejarlos existir. Aunque entre los objetivos oficiales de la institución está el “dar la máxima proyección pública a los escritores catalanes”, sin importar en qué lengua escriban.
La actitud de Mascarell perdonando la vida a los catalanes castellanohablantes es una muestra irrefutable de supremacismo nacionalista. El exconseller aceptó la presencia escritores en español en la web de la ILC con la misma condescendencia con la que un gobernador de cualquier estado sureño de EEUU daba algunas concesiones a los negros en los años 50: miren, miren qué buenos somos, si aquí en Alabama ya permitimos a nuestros negritos entrar en las tiendas y hasta sentarse en los asientos de delante de los autobuses...
No. El problema que emponzoña y lastra Cataluña no son (solo) los iluminados como Puigdemont y Junqueras. Son tan tóxicos para la convivencia entre catalanes (o incluso más) los tipos como Mascarell, que han influido durante décadas en la política cultural de Barcelona y de la Generalitat, y que consideran que los catalanes castellanohablantes somos ciudadanos de segunda.