¿Cuántos lectores conocen la existencia de la técnica tradicional de títeres catalana? Es más, ¿habrá oído hablar de ella la consellera de Cultura, Natàlia Garriga –o cualquiera de sus antecesores–? ¿Y cómo es posible que en Cataluña nadie sepa a qué nos referimos, pero allende los mares sí tengan en consideración el catalan puppet? Se trata de un tipo de títere de guante muy sofisticado, que se manipula de una forma característica –más estable y natural– que nadie más utiliza en el mundo. Pero está a punto de desaparecer si nadie lo remedia… y, por ahora, nadie (la Generalitat ni se preocupa) lo quiere remediar.
No deja de llamar la atención que el títere catalán esté en vías de extinción, máxime cuando en Cataluña llevamos 40 años de gobiernos nacionalistas que se llenan la boca con la cultura y la lengua propias. Sobre todo con la lengua. Y dedican tiempo y recursos en la creación y resolución de un problema inexistente, el del catalán y su supuesta desaparición, cuando deberían emplearlos en otros asuntos que realmente lo necesitan, como este. Pero las marionetas no dan votos ni generan crispación. Aunque uno no sabe si es mejor que el nacionalismo se olvide de este fascinante mundo o que se apropie también de él.
Tampoco tiene explicación que hasta ahora no existiera un museo de títeres en Cataluña, una zona que bebe de gran y centenaria tradición. Por fortuna, acaba de abrir al público el MIT-Teia Moner, en Palau-solità i Plegamans, para poner en valor los titelles en todo su esplendor, tanto cultural como social, y sí, también darle un espacio al títere catalán. De hecho, en sus salas se exponen algunas piezas de Titelles Anglès –firma desaparecida– y Titelles Vergés (creada en 1910), una de las pocas casas (por no decir la última) que mantiene vivos estos polichinelas únicos en el mundo.
Vergés, el último titiritero catalán, ha conseguido, a fuerza de pelear, un espacio en la Casa dels Entremesos de Barcelona. Y próximamente espera también, en coordinación con el MIT, poder enseñar este arte tradicional a las nuevas generaciones de titiriteros, que las hay, y muchas, pero que desconocen la historia de lo nuestro e inexplicablemente se fijan en las marionetas y en las tradiciones de otros lugares del mundo para inspirarse en sus creaciones, en especial de Reino Unido. Es un sinsentido. Ojalá lo logre. No me gustaría escribir en unos años los lamentos sociales e institucionales al ver que el títere catalán ha quedado relegado a los libros y a los museos.
Y para dar un rápido vistazo a la actualidad política catalana, parece que esta semana todo se centra en el juicio a Laura Borràs (Junts) por corrupción. Ni el Govern, ni ERC ni la CUP la apoyan en este caso de mala praxis, de irregularidades cuando dirigía la ILC. Es más, es evidente que el independentismo se lleva a matar. No tendrán nuestros políticos idea alguna del teatro de marionetas, pero actúan como títeres, en concreto como los de cachiporra, inspirados en el Punch & Judy inglés. Lo habrán descubierto gracias a su embajada en Reino Unido.