Risto Mejide acaba de protagonizar su enésima polémica. Disfruta, eso es evidente. Y no lo oculta. No en vano, vive de ello. No creo que valga la pena que los sociólogos se pongan a analizar por qué un personaje que se dedica a humillar a jóvenes en busca de la fama o a presentadoras de televisión que han perdido a un ser querido se ha convertido en un caso de éxito. Pero el fenómeno Risto bien vale una reflexión que, me temo, no dejaría a esta sociedad en muy buen lugar.
Es muy posible que este showman haya sido fagocitado por su alter ego. Es decir, que haya confundido la realidad con la ficción. Es una pena, porque Risto tenía mimbres para ser una especie de hombre del renacimiento. Publicista, productor musical, compositor, escritor, presentador de televisión... Iba para transgresor, pero se quedó en hombre faltón y malcarado. En simple polemista.
¿Cuñadismo o transgresión? Risto ha encendido de nuevo las redes sociales –insisto, vive de ello— con unas presuntas disculpas dirigidas a Ana Obregón, cuya presencia en TVE para retransmitir las campanadas de Nochevieja atribuyó al morbo que despierta la muerte de su hijo. Presuntas disculpas porque el gruñón conductor televisivo va ahora de víctima. Todos le hemos malinterpretado. Todos hemos manipulado sus palabras que, asegura ahora, “no iban contigo (Ana Obregón), sino con los que nos ponen ahí”.
Interesante precisión. Risto muerde ahora la mano que le da de comer y carga contra los castings televisivos. Como si ya se sintiera un juguete roto. Como si se viera obligado a dar la campanada –en el doble sentido de la palabra— obligado por sus jefes. ¿Risto explotado por las grandes cadenas? Qué cosa tan loca.
Puestos a elegir, prefiero al Risto cabreado, insultón y grosero. El Risto fiel a su personaje. El que pasa olímpicamente de lo políticamente correcto, del pensamiento único, de la doble moral. Prefiero al Risto que, sin paños calientes, encumbró a su expareja, una desconocida Laura Escanes, como influencer de nada ni nadie. Como instagramer sin oficio, pero con mucho beneficio.
Prefiero al Risto que no va de humilde y de ofendidito, sino al que confiesa que no le gusta cambiar los pañales a su hija, y demás detalles de su experiencia como padre. Tampoco vamos a ser hipócritas. Hay interés sobre la vida privada de los famosos, y entre todos –por envidia, por crueldad, por embrutecimiento— hemos alimentado la cultura del mínimo esfuerzo, consistente en avergonzar o degradar al adversario, o alcanzar la fama en un tiempo récord por la vía conyugal.
"En qué cabeza cabe que yo me pueda reír porque alguien haya perdido a un hijo”, exclama el multifacético presentador. Bueno, no es la primera vez que se burla de la muerte de un familiar. Lo hizo con una concursante de Operación Triunfo que acababa de perder a su abuela.