Todos los personajes que se han visto en la picota por asuntos relacionados con la corrupción han amenazado con eso que tan gráficamente describe la frase tirar de la manta.

Mario Conde y Javier de la Rosa, incluso Jordi Pujol en sede parlamentaria, amagaron con hablar de los demás para protegerse ellos mismos. El jefe de Estado de entonces era uno de sus presuntos rehenes. Les sirvió de muy poco, entre otras cosas porque no tenían nada más allá del desafío.

Hubo un personaje que sí tenía posibilidades de sacudir el árbol de verdad, como dijo el expresident. Era Luis Bárcenas, pero el PP y sus tentáculos policiales se encargaron de desvalijarle todo el material incriminatorio, quedando al final como un señor que se sirvió de su cargo como tesorero del partido para sacar 40 millones de España y aparcarlos en Suiza. Es verdad que la Audiencia Nacional sentenció que el PP se lucró de la trama Gürtel y le obligó a devolver 245.000 euros, pero las penas de cárcel y escarnio --el marrón-- fueron para él y su esposa.

Curiosamente ha sido un funcionario público, José Manuel Villarejo, el único que ha conseguido tirar de la manta y hacer ruido de verdad gracias a la información acumulada durante los años en que simultaneó su actividad mafiosa y la carrera policial. Ha grabado a todo el mundo con quien se ha reunido, y ahora suelta las conversaciones de contenido político allí donde pueden hacer más daño.

De momento, la temporada de la serie de sus hazañas se cierra con el hostigamiento a Podemos y al mundo independentista por encargo del Gobierno del PP. Es su venganza por no haberle evitado la prisión y quizá un aviso a los togados que juzgarán a su familia. Ya veremos qué depara el futuro, porque también trabajó para particulares, empresas y, sobre todo, despachos de abogados.

Con la distribución homeopática de su archivo de audios, el excomisario ha conseguido dictar la agenda prevacacional de algunos medios catalanes. Ciertos diarios de Madrid no le prestan mucha atención quizá porque ya lo hicieron tiempo atrás, mientras que los de Barcelona, con los que Villarejo apenas trató en su époda dorada, parecen haber olvidado quién es y, de pronto, le dan tanto crédito como años atrás hacían los de la capital.

(Es muy interesante observar quienes de entre los asistentes a las reuniones que registraba Villarejo no aparecen grabados: los ha borrado, no abrían la boca o lo hacían en un tono muy bajo. ¿Conocían sus métodos? ¿Había trabajado para ellos?)