Con Alberto Núñez Feijóo entronizado al frente del Partido Popular (PP), Cataluña puede y debe ganar un partido político.
El mandato final de Mariano Rajoy y el tiempo de Pablo Casado al frente de la formación conservadora han supuesto la peor pesadilla para el Partido Popular de Cataluña (PPC). En las últimas elecciones autonómicas, la candidatura que lideró Alejandro Fernández sufrió un correctivo histórico. Solo obtuvo tres diputados y el 3,85% de los votos. Poco antes, en las elecciones al Congreso de los Diputados, la lista por Barcelona obtuvo dos escaños. Uno de ellos, el sillón de Cayetana Álvarez de Toledo. El resto ya es conocido.
Lo más sorprendente del caso es que al PPC le llegaron los peores resultados cuando disponía de uno de los mejores dirigentes de su historia. Alejandro Fernández es quizá el orador más brillante del Parlamento catalán. De poco sirvieron sus dotes individuales cuando desde Génova Teodoro García Egea y el propio Casado decidieron liderar la campaña catalana en clave española. El desatino fue de enormes proporciones. El resultado hacía prever nubarrones sobre el futuro político de Fernández. En algunos ámbitos incluso se dio por finiquitado. Solo Feijóo y Juanma Moreno le apoyaron en un comité ejecutivo nacional y dieron ánimo tras el bochornoso resultado.
Pero quien estuvo sentenciado ha conseguido un indulto en forma de nuevo líder y rostros distintos en la gobernación del partido. El político catalán resistió a los antiguos hombres de la cúpula del partido y ha vencido. El bonus recibido por Fernández con Feijóo es doble. Por un lado, el nuevo mandamás es un dirigente regional capaz de entender las realidades periféricas y la necesidad política de ajustarse a ellas si la consecución del poder es el objetivo real. De otra parte, el enfrentamiento soterrado del catalán con la cúpula popular en los últimos meses le convierte en aliado natural de los nuevos rectores de la calle Génova.
Nunca el PP ha sido tan necesario en Cataluña como en el momento actual, en el que la normalización política y social es el objetivo principal de la gran mayoría. La irrupción de Vox en el Parlament con 11 diputados fue una de las novedades de las elecciones autonómicas de 2021. La derecha extrema se había colado en la institución como años antes lo hizo la izquierda extrema. Esos radicalismos son sociológicamente hijos de los hartazgos sociales, pero también de la zozobra de los partidos clásicos que representaban el progresismo, el conservadurismo y el nacionalismo moderado.
El único dirigente del PP español que sostuvo ante la dirección saliente que el PPC debía ser autónomo de Génova es hoy su principal rector. Gestionar las dificultades internas y externas de la política resultará mucho más fácil a Fernández en esta nueva fase. Superar los tres escaños obtenidos en la última cita electoral no parece imposible con un discurso propio y todas las potencialidades de un líder joven, abierto y capaz. Deberá demostrar que su potencialidad es más que una cualidad personal y reconstruir un PPC que lleva un tiempo excesivo ingresado en la unidad de curas intensivas.
Las diferentes familias históricas del PP catalán, con los hermanos Jorge y Alberto Fernández entre sus protagonistas; la fuerza todavía latente de Xavier García Albiol; y la línea propia de saltimbanqui político que ejerce Josep Bou en el municipio barcelonés, deberían converger para impedir que la llegada de Vox a la política catalana se convierta en un acontecimiento estructural. El PP necesita a Cataluña para gobernar en España. Pero hoy se da una circunstancia adicional y novedosa: Cataluña requiere del PP para encontrar la normalidad perdida durante los años del procés.