Bonet, el hombre tranquilo
Sin apenas ruido, con la misma artesanía y pausa con la que en su día elaboraba el cava, Josep Lluís Bonet vuelve a demostrar su compromiso con lo sustantivo. Este martes se inicia en Barcelona un importantísimo evento que permite albergar la esperanza de que la ciudad no está perdida del todo. Se trata del Future of Tourism World Summit, que organiza la Fundación Incyde y la propia Organización Mundial del Turismo (UNWTO por sus siglas en inglés).
Durante dos días, la Ciudad Condal será la capital mundial de ese sector de actividad económica tan vapuleado por la pandemia del Covid y tan denostado por algunos falsos progresismos que se aproximan a él desde el mayor desprecio convertido en turismofobia. Bonet preside la entidad impulsora del evento. Podría haberlo llevado a Madrid o a Málaga, por ejemplo. Y, sin embargo, por si alguien aún dudaba de su compromiso con Barcelona, Cataluña y España, la cita mundial tendrá lugar en la capital que siempre ha liderado este sector desde cualquier magnitud: visitantes, plazas hoteleras, servicios, cruceros, oferta cultural y gastronómica.
Poco le han importado a Bonet las críticas que desde el independentismo más irredento recibió cuando en pleno procés apoyó con determinación el constitucionalismo. Su carrera como empresario, catedrático y profesional de alto nivel está mostrando una coherencia que jamás acumularán quienes cargaban contra sus planteamientos sobre el futuro de Cataluña. Y, como estreno y primer destino de la gira española que hará (al modo ferial de su ocupación anterior), nos trae a la capital catalana a los popes del turismo mundial, casi una decena de ministros y, en general, a todos aquellos líderes que tienen algo que decir sobre un sector que necesita redefinir su futuro para adecuarse a los tiempos, a los usos y costumbres sociales y a los hábitos nacidos de un año de terrible recuerdo una vez se han reabierto las fronteras.
En la Llotja de Mar, martes y miércoles estarán todos. Y, curiosamente, estarán también el Ayuntamiento de Barcelona, Diputación y la Generalitat como anfitriones. Sin alharacas, apenas sin estruendo, con sosiego, así es como un hombre tranquilo y eficiente, tan barcelonés y catalán como español, hace las cosas. Sin necesidad de más reconocimiento que el de su tranquila conciencia. Y, mal que les pese a algunos, acierta.
Redondo, el hombre ambicioso
Miércoles noche en Madrid. Hotel Palace, salón regio de los grandes acontecimientos. Toni Bolaño, colaborador de Crónica Global, buen amigo y colega de aventuras periodísticas, presentaba su libro sobre Iván Redondo, que también asistía al acto. Alguna ocasión en la que hablamos con Toni de la elaboración del libro le torcí el morro al amigo, pero su padre fallecido se lo merecía y no había mayor discusión.
Se llenó el Palace. El hotel pasó todo el acto incorporando más sillas para la cantidad de asistentes que no pudieron acomodarse desde el inicio. Tuvo mérito esa afluencia, porque entre los presentes ni un ministro ni un miembro del Gobierno al que Redondo prestó servicios durante meses. Ni Salvador Illa, el hombre que le dedicó su victoria inútil en las autonómicas, sacó la nariz por el evento. Nadie con galones, ni tan siquiera una primera figura del Ibex 35 de esas que dan relumbrón y llenan de coches oficiales el acceso a los actos. Un páramo, un auténtico desierto de poder.
El PSOE y el obediente poder económico estaba pasando factura a los últimos movimientos del que ha sido jefe de gabinete y consultor áulico durante el paso de Pedro Sánchez por el poder. Hasta la fecha, eso sí. Dicen quienes lo conocen que Redondo está despechado con su antiguo jefe. Me atrevería a añadir sin riesgo a equivocarme del todo que tanto Sánchez como el resto del Ejecutivo están hasta las narices de su incontrolable ambición y que tras conocerlo en profundidad han optado por perfiles de otras características para esa función.
Redondo habla y habla. Cita series, películas. Es marketing político en estado puro. Él lo llama consultoría, como si tener una encuesta en una mano y una cita original en la otra fueran todos los ingredientes para construir un relato político sólido. Sánchez no quiso más Iván y él insiste en que se fue. Para ellos queda la verdad, pero a decir de los comentarios que hilvana Redondo en sus apariciones públicas, por pura decantación, parece más creíble la versión de que le invitaron a dedicarse a otra cosa.
Si Iván hubiera mantenido silencio tras su salida, si su ego fuera controlable, si alimentara la leyenda que había construido sobre sí mismo (un remake de Iván el Terrible), el consultor tendría hoy una colocación de relumbrón en alguna gran compañía o en un país latinoamericano. Pero no, se dejó triturar por Jordi Évole en televisión, con una metáfora entre un peón y una dama del ajedrez que hizo visible y evidente lo que se sospechaba. Siguió la misma línea en una entrevista con Susana Griso y luego prosiguió y se dejó querer en la presentación de su biografía autorizada. Cuarenta años, una ambición ilimitada y unas habilidades profesionales que han quedado en entredicho por su propia locuacidad.
De ser una leyenda de poder, de híbrido entre Rasputín y Maquiavelo, Iván ha pasado a ser un juguete roto. La ambición no siempre es buena consejera. Los que le acompañaron el miércoles tenían claro que no eran partidarios, sino curiosos a los que les apetecía conocer cómo se desenvolvería el ambicioso y despechado profesional en su mutación de Iván el Terrible a Iván el Ambicioso.