Los jóvenes de Barcelona cada vez hablan más en español y menos en catalán. Según la última encuesta quinquenal del ayuntamiento, el 62,1% de los residentes en la ciudad que tienen entre 15 y 34 años utiliza habitualmente el castellano, frente al 28,4% que dice usar el catalán. Cinco años antes, en 2015, el 56,5% de los jóvenes empleaba normalmente el castellano, y el 35,6% el catalán.
La principal conclusión de este estudio es la constatación del fracaso del plan de ingeniería social orquestado por el nacionalismo catalán --de la mano de Pujol-- que pretendía inventar una Cataluña donde el catalán fuera el elemento homogeneizador a nivel interno y diferenciador con el resto de España. Eso ya no es posible.
De hecho, con los datos de esta encuesta, podemos decir sin miedo a equivocarnos que, si los barceloneses tienen alguna lengua propia --un concepto poco científico pero ampliamente retorcido y difundido por el nacionalismo--, esta es el castellano. Una afirmación que --con estas cifras y con las que ofrece periódicamente la Generalitat-- se puede extrapolar a nivel autonómico: la lengua propia de Cataluña es el español.
Así las cosas, no faltan quienes, abrumados ante la demoledora realidad, tratan de tergiversar las conclusiones. Los nacionalistas plantean que, si el uso del castellano está tan implantado en Cataluña y cae la utilización del catalán, hay que reforzar las medidas de política lingüística que se aplican desde hace décadas. Es decir, más caña al castellanohablante.
Sin embargo, lo que la realidad nos muestra es justo el camino contrario. Ha llegado el momento de que las administraciones empiecen a respetar a los catalanes cuya lengua materna o habitual es el español. La promoción y defensa del catalán debe ser compatible con el respeto al castellano.
Proteger el catalán no puede hacerse a costa de pisotear a los castellanohablantes. Proteger el catalán no puede equivaler a coaccionar a la población para que lo use habitualmente (ya hemos visto que es inútil intentarlo, y que la gente habla en el idioma que le da la gana). Proteger el catalán no puede pasar por forzar para que sea la lengua más utilizada en Cataluña. De hecho, pese a que los catalanes optan libre y mayoritariamente por usar el español, jamás a lo largo de la historia ha habido tantos hablantes de catalán como en la actualidad. Esto demuestra, además, que el mantra de que su supervivencia corre peligro solo es un mito sin ningún fundamento.
Ahora toca garantizar los derechos lingüísticos de los castellanohablantes. Los datos de uso de las lenguas en Barcelona (y en Cataluña) dejan claro que la aberración de la inmersión lingüística escolar obligatoria exclusivamente en catalán debe abolirse urgentemente. Primero, porque es ilegal. Segundo, porque conculca los derechos de los catalanes que tienen el español como lengua propia. Y tercero, por sentido común: ¿conocen algún territorio del planeta en el que un idioma oficial utilizado por más de la mitad de su población sea sistemáticamente marginado durante décadas como lengua vehicular en las escuelas públicas?
Ha llegado la hora de que las administraciones de Cataluña --nacional, autonómica, provinciales, locales-- respeten de una vez por todas la lengua común de los catalanes, el español. Ha llegado la hora de que los rótulos de las instituciones públicas, las señalizaciones viarias, las inscripciones de las calles, los documentos y formularios oficiales, las escuelas y los carteles de los hospitales públicos sean escrupulosamente bilingües.
Señores nacionalistas --y terceristas-- que controlan la administración, dejen de hostigar a los catalanes castellanohablantes y asuman de una vez la implacable realidad de que la lengua propia de Cataluña es el español.