La semana pasada, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, sorprendió al mundo con su receta para que las empresas de su país encuentren mano de obra con la que aprovechar los estímulos públicos y conseguir que la economía despegue. “Pagadles más”, dijo. El viejo demócrata entiende lo obvio: aun y con un paro de casi el 6%, los norteamericanos se resisten a aceptar sueldos que no les sacan de la pobreza. Por eso ha intentado sin éxito subir el salario mínimo, pero lo ha impuesto --15 dólares la hora-- al menos a las empresas que quieran trabajar para la Administración. También comprende que sin un mínimo reparto de la riqueza el sistema genera injusticia social y, lo que es peor para los intereses del propio sistema, pierde eficiencia y eficacia.

Ahora, el problema también aparece en España, donde los hoteleros ven cómo se disparan las reservas, pero no encuentran mano de obra. Los empleados acogidos a un ERTE tienen la obligación de acudir a la llamada de la empresa, con la que no han perdido el vínculo, pero se resisten todo lo que pueden porque la diferencia entre el salario y el subsidio es mínima.

Alguien podría pensar que la solución está en bajar la ayuda pública para hacer más atractiva la retribución del mercado, pero esa es solo una forma de empobrecer al sector y, de paso, al país. Según la Guía Salarial Adecco, el perfil más solicitado de la hotelería de sol y playa es el de chef, con un sueldo bruto anual de 29.000 euros, que puede llegar a los 32.000. Al parecer, el 60% de las ofertas exigen titulación académica en Gastronomía y Ciencias Culinarias. No es de extrañar, pues, que la mitad de los ertados del sector hayan hecho gestiones durante estos meses para huir del negocio, y muchos de ellos han encontrado acomodo en la logística.

Los salarios medios están como en 2019, incluso un poco por debajo. Es difícil conjeturar que los empresarios tengan interés en maltratar a sus empleados, lo que ocurre es que son incapaces de salir del bucle de precios bajos en el que viven desde hace decenios. Las reservas han recuperado el ritmo de la prepandemia, incluso lo han superado en algunos destinos, pero basta con echar una ojeada a los buscadores para comprobar a qué niveles se mueven las tarifas hoteleras. Deberían hacer caso a Biden y empezar por actualizar sus precios para luego ofrecer sueldos mínimamente atractivos.

Algunos emprendedores son conscientes del problema, pero predican en el desierto; están asombrosamente solos. Hasta tal punto que personajes como Josep María Caballé, propietario de Servigroup, es una rara avis en su diagnóstico de los males del sector: “A España le sobran 20 millones de turistas al año”. En su opinión, los hoteles no pueden ofrecer alojamiento y pensión completa a precio de habitación y desayuno porque se degradan a sí mismos, tal como denunciaba hace poco en una entrevista en El Periódico de Catalunya.

Caballé ha dado en el clavo. Solo se pueden pagar salarios dignos si se ofrecen servicios dignos a precios en consecuencia, lo que además beneficia a España como destino. Mantener el modelo de los años 70 es un suicidio.