La nueva Administración norteamericana ha aprovechado la cumbre virtual del clima para anunciar a bombo y platillo su vuelta al Acuerdo de Paris, es decir que Joe Biden pone en línea a su país con la creciente conciencia sobre el cambio climático y el futuro del planeta, una inquietud que la pandemia no ha hecho sino incrementar.
Con algunas resistencias particulares importantes, como es el caso de China, los Gobiernos del mundo industrializado se incorporan a la carrera por conseguir las famosas 17 metas establecidas por la ONU en su lista de Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de 2015 centrados en el cambio climático, la automoción, la economía circular y la edificación sostenible.
Todo esto puede sonar a literatura hueca y propaganda, claro, pero los sucesivos pasos de la Unión Europea para orientar los esfuerzos de los países miembros y para indicar a la banca y a los inversores sobre qué actividades forman parte de la nueva economía han terminado por llevar a pie de calle ese enorme esfuerzo. Por primera vez en la historia, tal vez con la excepción del Plan Marshall, existe una guía global sobre dónde aplicar el talento, el ingenio financiero y la fuerza laboral; y, en consecuencia, cómo optimizar la producción y los beneficios.
Pero con una novedad importantísima: los rendimientos ya no son únicamente financieros. Los criterios sobre medio ambiente, la buena gobernanza y el respeto a los derechos sociales se han incorporado a las normas con que los analistas determinan la calidad de los subyacentes de sus inversores. El Cercle d'Economia acaba de mantener un encuentro sobre los retos y las oportunidades para las empresas en este green deal que aspira a construir un modelo socioecónomico sostenible y digitalizado.
Los test de resistencia a que serán sometidos los bancos europeos el año próximo incluirán por primera vez el componente del cambio climático, en la medida en que son los bancos quienes financian a las empresas que producen emisiones con efecto invernadero.
El círculo se va cerrando hasta convertirse en una realidad tangible. Ahí tenemos la iniciativa de Seat para participar en una fábrica de baterías que pueda compensar los efectos laborales de la electrificación de los automóviles, y también la competencia entre territorios para lograr una planta de esas características. Caixabank-Bankia anuncia la mayor reducción de plantilla de la historia del sector: el 18% de su nómina y el 23% de su red de oficinas. BBVA prepara 3.800 despidos y el cierre de 530 sucursales. Los sindicatos calculan que este año la industria financiera española prescindirá de 20.000 empleados. Las fusiones y la brutal caída del margen financiero empujan a las entidades en esa dirección, pero la creciente digitalización de su operativa y de los propios clientes también hace imprescindible la reducción acelerada de unos efectivos pensados y construidos cuando las necesidades eran otras.
Pensaba en estas cuestiones el miércoles pasado mientras escuchaba el debate a seis que Telemadrid difundía a través de RTVE y de La Sexta sobre las elecciones madrileñas, y veía los vanos intentos de cinco de los candidatos por erosionar la confusa y atrincherada gestión del coronavirus de Isabel Díaz Ayuso. A principios de año había ocurrido lo mismo en los encuentros de la campaña catalana del 14F, donde ocho de los cabezas de lista se empeñaban inutilmente en castigar a Salvador Illa por haber estado al frente del Ministerio de Sanidad durante el primer año de la pandemia.
La estrategia fracasó en las dos ocasiones. De hecho, el socialista ganó unas elecciones que según los nacionalistas catalanes nunca debieron celebrarse, mientras que los sondeos dicen que la conservadora no ha sufrido ninguna erosión de cara a unos comicios adelantados que según los nacionalistas madrileños son urgentes para impedir el paso a la horda comunista.
La pregunta es: ¿qué podríamos hacer los electores para informar a nuestros políticos sobre los temas que nos interesan? ¿Podrían hacer la prueba de entrar en las cuestiones trascendentes, de futuro, aunque no circulen por Twitter?
No es una crítica a la política, ni a los políticos, ni mucho menos, sino al circo que nos separa de ellos. Como el numerito de la agresividad sin límite y espectacular de poner en duda una grave amenaza contra autoridades y candidatos, como vimos ayer en el debate de la Cadena Ser. No deberíamos permitir que esas cortinas de humo continúen ocultando los verdaderos intereses del país.
Es un ruego para que los políticos responsables pongan los pies en el suelo y nos ayuden a los demás a hacer lo mismo.