En Cataluña hay, según los últimos datos, 67 ciudades con más de 20.000 habitantes censados. Es decir, 15 municipios más que hace 20 años. ¿Es mucho? ¿Es poco? Lo vemos desde otra perspectiva: estas pocas decenas de localidades, que apenas representan el 7% de las 947 que hay en la comunidad, concentran al 72,1% de la población. A simple vista se observa que hay algo en el modelo que no termina de encajar. ¿Por qué nos hacinamos? Muchas veces, por comodidad, aunque ello vaya en detrimento de la salud. No tiene sentido en los tiempos que corren.
Habrá que estar atentos a la actualización de los datos del 2021 y 2022 para ver si cambia la tendencia. Los indicios a raíz de la pandemia sugieren que, al menos, hay un gran interés por dejar las grandes urbes (en especial, Barcelona) y buscar casa en las medianas y en los pueblos. Por lo pronto, nunca antes como en 2020 hubo tantas metrópolis por encima de 20.000 habitantes, si bien tampoco hubo nunca tanta población en Cataluña. La Cataluña menos rica de las últimas décadas, por cierto.
Lo peor de todo es que en estos meses de pandemia no se han producido apenas movimientos para incentivar una mejor distribución de la población (por ejemplo, una necesaria ampliación y mejora de la red de transporte público), ahora que tanto preocupa la España vaciada (que afecta también a Cataluña, aunque en menor medida). A duras penas se habla del teletrabajo, algo que podría motivar el alejamiento de las ciudades para trabajar. En cambio, se abre el debate de la regulación del alquiler. Ese no es el camino. Qué poca originalidad.
Eso sí, Ada Colau corta por lo sano y se encarga de ahuyentar ella misma a la gente con sus yincanas. Unas yincanas en las que, en lugar de ganar puntos, se pueden perder… del carné. Barcelona, LA ciudad de Cataluña (el resto, salvo una o dos, son pueblos grandes), se ha convertido en la ciudad-museo. En un parque de atracciones. En una carrera de obstáculos. Los coches son enemigos, pero no se hace nada para reducirlos más allá de fastidiar a los conductores. No hay buenas alternativas.
Asimismo, en Barcelona hay gentrificación. Los grandes tenedores acumulan pisos que en muchos casos destinan al alquiler turístico. La ciudad pierde su identidad y, si fallan los turistas (como ahora), muere todo. La economía de la capital catalana está pensada para el visitante. De hecho, es una de las localidades catalanas más perjudicadas por la pandemia. En cambio, otros municipios han sufrido menos la crisis, beneficiados por los confinamientos municipales y comarcales.
No hay visos de que vaya a cambiar la distribución poblacional. No está en la agenda política. Aunque tampoco esperábamos una pandemia de tal magnitud.