Era de prever, más de lo mismo: embrollo, división, distancia y radicalidad. Es la Cataluña que ha votado el 14F y que ha dejado un panorama previsible, con la única sorpresa sobre la demoscopia (y ya pasó en Andalucía) del enorme contingente de votos recolectado por Vox. Veamos algunas claves que deja la noche electoral:
El independentismo se consolida entre la mitad de los catalanes en unas elecciones con baja participación. La fragmentación de su oferta electoral, inequívoca muestra de sus diferentes expresiones, no ha impedido que dispongan de más escaños en el Parlamento, además de superar por unas décimas el 50% de los votos emitidos. El PDECat se queda fuera. La herencia de Artur Mas fue insuficiente para que el secesionismo clásico de derechas tuviera representación en la Cámara. No lo tendrán fácil para superar el nuevo golpe económico que ese fracaso supone y su futuro inmediato más previsible es la desaparición.
ERC, transmutada a una versión pragmática similar al pujolismo de siempre, ha adelantado a los seguidores de la iglesia de Waterloo. Los de Carles Puigdemont siguen vivos gracias a su radicalización, que Laura Borràs encarna con precisión. Acumulaban demasiados meses de divorcio privado entre los socios de gobierno y, con independencia de lo que suceda en los próximos días, los republicanos intentan emanciparse del yugo de una derechona radicalizada en lo identitario que solo mantenía el matrimonio por la conveniencia del salario y el coche oficial. Ahora tiene ante sí el reto de mostrar si es capaz de utilizar el apoyo de sus votantes con el propósito de obtener que Cataluña salga de la narcosala soberanista en la que se ha recluido la mitad de su población desde hace años. Lo que pase por la cabeza de Oriol Junqueras será determinante en el futuro inmediato de la formación y de la gobernabilidad de la autonomía. Él tiene la última palabra.
Ciudadanos se ha diluido. Jamás entendió que su voto era prestado, fruto de una situación de emergencia en la que los catalanes más pasotas se movilizaron para frenar una ruptura indeseable. El día que el partido de Albert Ribera, Inés Arrimadas y Carlos Carrizosa decidió que la aventura española era más interesante que la catalana firmó su condena electoral. Han perdido 30 diputados y han sido incapaces de retener la fuerza que les delegaron más de un millón de catalanes en 2017. La primera debacle se produjo en las elecciones generales. La siguiente, en el feudo que los vio nacer.
No era fácil para los Comunes preservar su posición. Se mantienen invariables y tendrán una capital importancia en la izquierda catalana, sobre todo para influir y moderar posiciones. No es mérito de Pablo Iglesias, ni siquiera de Ada Colau. La candidata Jéssica Albiach es uno de los descubrimientos de la campaña, porque en un ecosistema de ambigüedades calculadas se expresó con claridad y sin grandilocuencias.
Alejandro Fernández ha hecho la mejor campaña del PP de los últimos tiempos. Es un parlamentario de alto nivel, pero su partido es víctima de su spin-off. Cría cuervos y te sacarán los ojos y los votos. Vox ha concentrado un sufragio que considera que los populares son tibios y están en fase de deconstrucción. El resultado da alas a los ultras de la derecha para entrar con fuerza en el parlamentarismo catalán. Ahora, los extremos y los odios ya están equilibrados. Vox, en un lado; la CUP, en el contrario. Unos son nuevos, los otros intentan blanquearse del totalitarismo que defienden, cada vez con mejores resultados. Tanto ultra moderará a todos los demás. Vox ha recogido los votos más duros de Ciudadanos, del PP y esas papeletas de castigo que a lo largo de la historia votaron a HB, Ruíz Mateos o Jesús Gil para decirle al sistema que sigue sin responder a muchas preocupaciones. Con la CUP sucede similar, aunque algunos piensen que autodeclararse de izquierdas y soberanista esconde la radicalidad.
Salvador Illa se ha salido con la suya y cierra la campaña como el presidenciable más votado. El socialista no quiere incurrir en el error de Arrimadas y anuncia que intentará ser investido. Si algo le distingue del resto de candidatos es su capacidad para el pacto y la transacción. Harto de hacerlo desde el municipalismo, sabe que existe una posibilidad de convencer a otras formaciones de que ha llegado un momento de cambio. Como secretario de organización del partido logró darle la vuelta a una formación que estuvo capilarizada por nacionalistas emboscados. Tiene ante sí el reto de convertir en consenso la urgente necesidad de regresar Cataluña a la vía de excelencia, competitividad y liderazgo económico del que jamás debió apearse. No está solo, lo dijo en su comparecencia pública: le acompañan Pedro Sánchez e Iván Redondo. Lo que suceda en la comunidad catalana tendrá una implicación y una vinculación con la gobernación española de primer nivel. Ha cumplido bien la función que le encomendaron desde Moncloa y ahora es un activo en el PSOE del máximo nivel. Si evita los errores, tiene una posibilidad, quizá no más. Eso sí, con permiso del preso Junqueras.