Los políticos nacionalistas que gobiernan Cataluña tienen enormes dificultades para entender a la sociedad cuyos intereses deberían defender. Esa incapacidad abarca casi todos los terrenos, aunque sorprende mucho más en las materias que les son tan queridas, como es el caso de la lengua, que han convertido en el pal de paller de la construcción del país, la misión que se han encomendado a sí mismos.

Desarrollan una política que evoca la del general Franco: imponer un idioma sobre otro de manera artificial y sin importar la voluntad de los ciudadanos. Y les pasará como le ocurrió al dictador: no lo conseguirán, al menos en las cuatro o cinco próximas generaciones.

Desde la propia Generalitat o de organismos respetables como el Institut d’Estudis Catalans se trazan las líneas de actuación de las vanguardias, bien tengan forma de consejera de Cultura que abronca a la televisión pública porque a veces deja que se oiga el castellano, de una supuesta ONG del catalán, de un periodista y un director de teatro que denuncian a los vigilantes que no saben catalán o de una jauría online que lamina a una camarera del Parlament porque no usa la lengua del imperio.

A otra escala, la decisión de Xavier Mon, responsable nacional de Unilever, de excluir el castellano de la cartelería de los helados Frigo es producto de esa misma fiebre estúpida contagiada desde el poder que trata de arrinconar uno de los idiomas oficiales del país.

Lo único que han conseguido hasta la fecha es que cierta población especialmente sensible a ese clima asfixiante haya abandonado Cataluña: elementos con posibilidades para trabajar desde aquí o desde Madrid, por ejemplo; o sea, talento. También han logrado convencer a algunos profesionales que tras la jubilación han trasladado su residencia habitual fuera de Cataluña.

Pero poco más. Es un empeño inútil que no puede conducir más que a la frustración. Casi el 20% de los 7,7 millones de habitantes de Cataluña ha nacido en el extranjero: 222.000 en Marruecos y 141.000 en Rumanía, por citar los dos nacionalidades más numerosas. Otro 20% de esos 7,7 millones de catalanes ha nacido en distintos territorios de España: 556.000 en Andalucía y 115.000 en Extremadura, las dos comunidades que más aportan.

Estos datos contextualizan los resultados de los sondeos del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO): el 45,4% de los catalanes consultados consideran que el castellano es su lengua propia (41%, el catalán); y el 45% lo tienen como lengua habitual (40%,el catalán).

El 40% de las madres que en 2018 dieron a luz los 63.566 niños que nacieron en Cataluña eran extranjeras, un porcentaje al que habría que sumar las parejas en las que el extranjero era el padre, un dato que el Idescat no recoge. Y si resulta que hoy en día el 24,75% de los catalanes son mayores de 60 años, acabaremos de tener una idea aproximada de dónde estamos y hacía dónde vamos.

Con este panorama, es incomprensible que el nacionalismo no trate de convencer a los nouvinguts de las bondades de la cultura autóctona y persevere, sin embargo, en la presión, la exclusión y las mentiras --como el share de TV3, que se mide casi exclusivamente en hogares catalanoparlantes--. Como le dijo el escorpión a la rana, está en su ADN.