El paso de la pandemia del Covid-19 por nuestro país causará la muerte muchas personas. También tendrá efectos en la economía, no tanto el virus, sino las medidas que adopta nuestro Gobierno para frenar los contagios, fortalecer los servicios sanitarios y acelerar la superación del episodio.
Pero también habrá otras víctimas. Un problema tan grave como éste constituye una prueba para quienes se dedican a la política, tanto si tienen responsabilidades de gestión como si no. La guerra de la Generalitat contra el Gobierno tratando de aprovechar esta crisis es suficientemente explícita por si sola sobre la catadura de quienes la han declarado. Además, el detalle de esa batalla, su día a día, ha dejado al desnudo a unos activistas amateurs que derrochan dinero público desde las instituciones sin cumplir con su obligación de administrar los intereses generales.
Desde las amenazas de la DUI sanitaria a las reticencias al uso del Ejército para ayudar a la población, pasando por la presión pública constante sobre Pedro Sánchez –y Salvador Illa, un socialista catalán con gran protagonismo-- hasta la propuesta estrella del independentismo: aislar Cataluña por tierra, mar y aire. Se les va tanto la cabeza en su empeño de confundir a los ciudadanos que se lían ellos mismos, como le ha pasado a la pobre Meritxell Budó, la portavoz, que ha llegado a decir que la Generalitat no puede confinar Cataluña porque el Estado le ha cogido las competencias. Ya no se acuerda del mensaje institucional de Quim Torra del viernes 13 de marzo, antes de la declaración del estado de alarma, en el que “exigió” al Estado el confinamiento de Cataluña porque la Generalitat carecía entones --como ahora-- de atribuciones para hacerlo.
Todos los consellers que tienen la oportunidad cuestionan en público las medidas del Gobierno central e insisten en la receta del confinamiento. Una reiteración monocorde, apoyada desde el exilio por los inefables Ponsatí y Puigdemont. La inhabilitación de estos personajes para la vida política es evidente, incluso entre sus partidarios. Solo saben enredar, y cuando se encuentran con un plan de choque que moviliza 200.000 millones, enmudecen.
En las redes sociales, únicamente los trolls y los que viven del cuento, esos que están todo el día en TV3 y Catalunya Ràdio, apoyan el disparate. El Govern está a la espera de que la situación empeore para echar en cara del Estado que el confinamiento --imposible en la práctica-- de Cataluña lo hubiera evitado.
A ese grupo se ha unido un personaje inesperado, el doctor Oriol Mitjà, que obtuvo notoriedad internacional hace unos años tras conseguir la cura del pian usando medicamentos conocidos y ya utilizados para combatir otras enfermedades. Apenas unas horas después de presentar su investigación sobre el Covid-19 con técnicas parecidas a las que aplicó en el caso del pian, debidamente flanqueado por la consellera Alba Vergés, se sumó a la campaña del confinamiento desde Twitter.
Mitjà colgó un sorprendente hilo en el que reclamaba el encierro de los catalanes como propone Quim Torra desde la Casa dels Canonges, donde permanece aislado. Sorpresa doble la de este brillante investigador. Primero, porque hace apenas un mes desaconsejaba implícitamente la desconvocatoria del MWC y se refería al Covid-19 como una gripe sin importancia en la que pesaba más la novedad que el peligro. Y, segundo, porque su larga estancia en Papúa Nueva Guinea, desde donde ha aterrizado confortablemente en el Instituto de Investigación Germans Trias i Pujol, le ha impedido conocer los importantes recortes practicados por el partido en el Govern en la sanidad catalana. Unos tijeretazos que aún perduran y que añaden estrés al sistema público, al borde del colapso ante un desafío tan importante como el del coronavirus, no por su novedad, como él aseguraba, sino por su peligro. Si conociera el estado real de la sanidad pública catalana, es probable que cambiara de prioridades.