Antes de que llegue el viernes ya sabremos probablemente si el MWC se celebra en las fechas previstas. Solo depende de que otra gran empresa se sume a las bajas, lo que condicionaría a la patronal organizadora que se reúne pasado mañana y que no tendría más remedio que desconvocar con todos los problemas que conlleva una decisión de esa envergadura.
La presión para no asistir al evento en las altas esferas de las multinacionales debe ser enorme. Los riesgos son mínimos, pero de gravísimas consecuencias. No es necesario que se produzcan muertes para que las empresas vean dañada su reputación, también entre sus empleados; por eso carece de sentido comparar el coronavirus con la gripe común. La epidemia ha tomado una dimensión mundial.
Si España fuera Noruega, la percepción de quien tenga que desplazarse desde Estocolmo o San Francisco hasta Barcelona sería distinta, no nos engañemos. Pero es que, además, el régimen chino tampoco genera gran confianza en ningún terreno, pero sobre todo en la transparencia. El caso del doctor Li Wenlinag, víctima del virus, y silenciado por las autoridades tras advertir de las sospechosas características que había detectado en la enfermedad alimenta las peores sospechas. De ahí que las nuevas informaciones sobre la ampliación del plazo de maduración de los síntomas de 14 a 24 días no hagan sino añadir preocupación.
Sería absurdo atribuir a las autoridades locales catalanas alguna capacidad para influir en las decisiones de las compañías que tienen previsto asistir. Pero eso no impide que se hayan empleado a fondo en hacer el ridículo desde su falta de empatía con el mundo de los negocios, su desconocimiento de las grandes corporaciones y su pereza ante todo lo que suponga generar actividad y riqueza.
Solo había que oír a la consejera de Salud, Alba Vergés, cuando denunciaba intereses ocultos tras las primeras ausencias. O ver a Quim Torra tranquilizando al presidente del comité organizador, John Hoffman. O saber que el ayuntamiento de Ada Colau subvenciona a quienes organizan el antisalón paralelo al MWC. Todos ellos han demostrado que el certamen les viene grande, tanto o más que los cargos que ocupan.
Las empresas son muy libres de acudir o no. Los elementos que hacen decantar la decisión no son objetivos, sino percepciones y temores --“una amenaza muy grave”, ha dicho la OMS sobre la epidemia-- que aun y no siendo cuantificables se reflejarán en sus cuentas de resultados. Esas pérdidas de ventas formarán parte de los efectos económicos adversos del coronavirus que ya tratan de calcular las grandes instituciones mundiales.
Si al final la GSMA desconvoca no hay que llevarse las manos a la cabeza, sino ponerse a trabajar de inmediato para encontrar hueco en el calendario de Fira de Barcelona de acuerdo con las empresas del sector, y aprovechar la circunstancia para demostrar la capacidad de respuesta y de organización del tejido comercial y empresarial barcelonés. Para volver a demostrar que la elección de la capital catalana fue acertada.