El ocaso de un partido político puede ser tan veloz que pase inadvertido. Si no fuera por la huella histórica que dejaron, casi nadie recordaría hoy el papel desempeñados por la Unión de Centro Democrático (UCD) o Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) en sus etapas de esplendor desvanecidas luego a ultrasónica velocidad. Del CDS no se acuerdan ya ni los que le votaron, apenas las hemerotecas.
A Ciudadanos puede pasarle lo mismo en España. Con sus 10 diputados haría bien en refundarse al lado del PP y conformar un centro derecha liberal distinto y distinguido del radicalismo ultramontano de Vox, más propositivo políticamente, menos destructor. A medio plazo, Ciudadanos es inútil en solitario en el mapa político español, pero aún tiene sentido estratégico en la Cataluña que le vio nacer.
La fuga de sus principales líderes a la política nacional dejó al Ciudadanos catalán convertido en una filial mal administrada. Inés Arrimadas despilfarró el capital político del millón de ciudadanos que en diciembre de 2017 le dieron la posibilidad de ejercer como martillo de herejes del independentismo. Se equivocó en su día y corre el riesgo de repetir tamaña barbaridad en el intento de reconstrucción que dibuja, una España centrípeta y radial con escasa sensibilidad periférica.
En la Cataluña de obediencia nacionalista sigue viva la necesidad de una voz clara, desacomplejada y crítica con los excesos, abusos y manipulaciones independentistas. Pero Ciudadanos tiene que ser algo más. Es insuficiente con que Lorena Roldán se queje del odio que Quim Torra, sus CDR y una parte de sus palmeros extienden. Se hace imprescindible que Ciudadanos elabore un discurso alternativo sobre todas aquellas cosas que de verdad preocupan a los catalanes de a pie. Fiscalidad autonómica, educación, gasto social, sanidad, infraestructuras, política lingüística, medios de comunicación, cambio climático... Claro que hay que guarecerse de la tormenta, pero más útil es reparar los desastres que ha causado.
Ciudadanos todavía cabe en el espacio político catalán con un perfil de centro izquierda constructivo. Retirar lazos del espacio público como principal acción política es caer en la trampa simbológica que le diseña el secesionismo. Es imperioso, por mera supervivencia y utilidad, elaborar una vía alternativa y mejor asfaltada en lo intelectual. El Ciudadanos de Jordi Cañas, el que competía con el PSC y le disputaba el voto del área metropolitana tenía todo el sentido de existir. El partido frentista de Albert Rivera e Inés Arrimadas, que se disputa la confrontación nacionalista con Vox o el PP, está agotado entre la Cataluña defensora de la Constitución.
Sólo un Ciudadanos rearmado, posibilista, formalmente moderado y sin servidumbres conservadoras resultará útil para evitar un gobierno de ERC y Podemos en la futura Generalitat. Se equivocan sus líderes si creen que deben combatir con el PSC para crecer. Ciudadanos sólo evitará su debacle definitiva si deja de definirse por oposición al resto y construye un edificio programático propio que facilite un gobierno sin el independentismo de los republicanos y los populismos del matrimonio de Ada Colau y Adrià Alemany. El centro izquierda constitucional sí que tiene espacio en Cataluña y complementa en la práctica gubernativa a un PSC herido en las urnas por sus ambivalencias y complicidades. Manuel Valls hubiera podido liderar ese espacio y con paciencia y saliva remediar el espectro de catalanes huérfanos de representación o dubitativos con las opciones que al final pueden votar. Catalanes que acaban decantándose por la abstención cansados de la insistencia de los separatistas y la falta de tácticas inteligentes de sus oponentes. Pero Valls no lo logró en la primera tentativa y tiene dudas sobre si su siguiente estación está en Barcelona o en Madrid.
Ciudadanos morirá lentamente en España, salvo que los restos arqueológicos del partido los adquiera a precio de saldo el millonario Marcos de Quinto para dedicarse a la política, única actividad que en su vida no ha sido aún exitosa y bien recompensada. Las autonomías en las que hoy es relevante le darán la espalda de forma consecutiva a medida que se acerquen las contiendas electorales. No hay un programa renovador y regeneracionista suficiente ni liderazgo para aplicarlo. Por no hablar de algunas alianzas rocambolescas que le restan más que le suman.
Sería una lástima desaprovechar el capital político constitucionalista nacido y desarrollado en Cataluña en los años de procés. Resultaría demencial que le cedieran a Vox la herencia electoral residente en el cabreo supino de una ciudadanía huérfana. Es ahí donde Ciudadanos tiene sentido, con planteamientos de progreso, capaz de explicarle a alguna izquierda española su confusión y complejos sobre el tema catalán.
En ese marco sumaría, representaría a buena parte de la mitad de catalanes que no comulgan con la secesión. Esa renovación podría convertirse en el banderín de enganche de aquellos que están hartos de la gota malaya nacionalista que vendrá para ampliar las adhesiones independentistas e intentarlo de nuevo en un tiempo no muy lejano. Roda el món i torna al Born (rueda por el mundo y vuelve al Born) es una máxima catalana popular que deberían usar si se libraran de algunos profesionales y estómagos agradecidos que les han confundido, pero sobre todo si dejan el inmovilismo hibernado en la taquilla que un día fue de Rivera.