La xenofobia en nuestro país se muestra con diferentes caras. No hay duda de que la más grosera la encarna Vox, con un discurso desacomplejado y tosco contra los extranjeros, a los que acusa de ser los causantes de los principales problemas que sufre España. Pero hay otros rostros aparentemente más elegantes que en realidad son más ultras, más peligrosos y más dañinos para la convivencia que el partido de Abascal.
Una de esas caras la personifica Rafael Ribó, el Síndic de Greuges. Sus declaraciones en las que carga contra los ciudadanos españoles “que vienen de otras CCAA a intervenirse en Cataluña” y les culpa de incrementar las listas de espera y de generar un “sobrecoste” difícilmente soportable por la sanidad pública autonómica, además de suponer una falsedad --y de evocar salidas de tono como la de Eduard Pujol (JxCat)--, revelan el perfil político y humano del personaje.
A sus 75 años, y tras casi 40 cobrando sueldos públicos --los últimos 15 como defensor del pueblo autonómico, a razón de 130.000 euros por ejercicio y disfrutando de incontables viajes a cargo del erario público por todo el globo--, Ribó es el paradigma del nacionalismo más rancio. Entre sus obsesiones más fervorosas ha destacado su lucha contra el bilingüismo escolar desde la institución que preside, convirtiendo la inmersión obligatoria exclusivamente en catalán en poco menos que un tabú incuestionable.
En los últimos tiempos, el excomunista ha actuado como fiel muleta del procés siempre que ha tenido la oportunidad. Así, no ha dejado de proceder activamente contra todos aquellos que se han opuesto al plan secesionista. Ha emitido informes acusando al Estado español de causar “regresiones en derechos y libertades en Cataluña” antes del referéndum independentista. Ha denunciado a la justicia española ante organismos europeos por supuesta vulneración de “derechos fundamentales” al tratar de impedir la secesión. Ha arremetido contra la fiscalía por iniciar acciones penales contra los promotores del referéndum. Ha tildado de ataque a los derechos humanos las multas del Tribunal Constitucional a los miembros de la sindicatura electoral del 1-O. Ha acusado al Gobierno de intervenir el autogobierno catalán “de forma ilegal e inconstitucional” mediante el control de los Gastos de la Generalitat. Ha imputado a la policía detenciones sin “garantías” en los registros para evitar la secesión. Ha asegurado que las actuaciones del Estado para evitar el 1-O --que, según él, no era ilegal, pese a que así lo determinó el TC-- le retrotraían a la “dictadura”. Ha publicado informes en los que califica la actuación policial del 1-O de vulneración de los “derechos fundamentales” y la aplicación del 155 de “inconstitucional”. Ha apoyado la exhibición de lazos amarillos en la fachada y en el interior de los edificios públicos. Ha solicitado al Consejo de Europa la presencia de observadores internacionales en el juicio del procés. Ha tildado de “presos políticos” a los líderes del procés condenados por sedición --además de defender el uso de este término por TV3--. Y ha cargado contra la Policía Nacional y los Mossos d’Esquadra por su actuación durante los disturbios generados por el independentismo violento en octubre pasado tras conocerse la sentencia del procés.
Uno de los episodios que mejor definen al ínclito Ribó tuvo lugar hace apenas dos años. A finales de 2016, el Síndic recabó la firma de Pasqual Maragall --junto a la del resto de expresidentes autonómicos-- para un comunicado en el que se pedía a los dirigentes independentistas Jordi Sànchez, Jordi Turull, Josep Rull y Joaquim Forn --entonces en prisión preventiva-- que abandonaran la huelga de hambre que habían iniciado tres semanas antes. Un mes después, Ribó volvió a recolectar la firma de Maragall para exigir al Tribunal Supremo la liberación de los líderes del procés que estaban en prisión provisional. Es difícil de adjetivar la catadura moral de un tipo capaz de utilizar a una persona gravemente enferma de alzheimer para sus cuitas políticas.
Otro episodio todavía sin aclarar es el de el viaje al que fue invitado en un jet privado por un empresario de la trama corrupta del 3% de Convergència para disfrutar de la final de la Champions de 2015 en Berlín que ganó el Barça.
En cualquier caso, y habida cuenta de los antecedentes del figura, sus últimas declaraciones no deberían sorprender a nadie. En realidad, lo inaudito es que un fanático con tan pocos escrúpulos haya ocupado el cargo de Síndic de Greuges durante tantos años. Ribó es la confirmación de la inexorable decadencia de la política catalana.