Los nervios están a flor de piel, y el cabreo es mayúsculo cuando se señala al independentismo como uno de los factores decisivos que ha contribuido a que un partido como Vox se haya alzado en el tablero político español. Pero ha sido así, guste más o menos. En todos los debates, en los distintos pronunciamientos de los dirigentes de Vox, surge el mismo latiguillo: la unidad de España. Vox se ha acabado de descubrir con el debate televisivo. Es un partido ultranacionalista español, que enlaza con el legado franquista, con características propias de todos los partidos iliberales en Europa. Es ultraderecha, pero es más que eso y algo menos. Es un partido reactivo, nostálgico y reivindicativo a la vez, por parte de ciudadanos que creen que no se les ha escuchado. Y todo ello mezclado con un discurso neoliberal, que pide rebajar impuestos, con señores como Espinosa de los Monteros, con un aire claramente aristocrático. Sin embargo, el cemento que une todo eso es la “unidad de España”.
El independentismo ha forzado las cosas. En determinados medios y por parte de algunos de sus máximos adalides, se pide siempre que se mire a la otra parte, al llamado Madrid, que no ha querido abordar el problema desde un punto de vista político. Pero se olvidan las acciones unilaterales que se han tomado en Cataluña, y que han cabreado a muchos españoles que no tenían una posición predeterminada respecto al nacionalismo catalán.
Y esa ha sido la miopía. Enorme. Y con un coste colosal, no sólo para los ciudadanos catalanes, sino para todos los ciudadanos españoles. Vox ha achicado ya el espacio. Como los equipos de fútbol que juegan a la defensiva, el achique supone que se para el juego ofensivo del equipo contrario. Es decir, Vox marcará a partir de ahora la agenda política española, como lo ha hecho la CUP en Cataluña. Los extremos tienen esa capacidad. No gobiernan directamente, pero cambian las reglas del juego y dejan con las manos atadas a los reformistas, a los que podrían intentar un terreno político compartido.
¿Es eso lo que pretendía el independentismo? Lo podemos decir claro: una parte sí pretende ese objetivo. Tal y como ha evolucionado Carles Puigdemont y algunos de sus más fieles colaboradores, gente, en realidad, “prepolítica”, pero también veteranos que han jugado en su juventud a la revolución y que ahora, con buenas jubilaciones, intentan reverdecer los laureles, ese objetivo es muy real: buscar un bloqueo total en España, y a ver qué pasa.
No ocurrirá eso, porque la democracia española está respondiendo de forma positiva al test de estrés que ha supuesto el independentismo, aunque no se puede ocultar que con algunas dificultades, especialmente en el campo judicial. Pero sí se paralizarán los proyectos de reforma que, tan sólo hace tres años, comenzaban a dibujarse en toda España. Los proyectos de catedráticos de derecho constitucional, como Muñoz Machado, los planes de los socialistas catalanes, y hasta las reformas económico-institucionales de un economista como Luis Garicano --escondido en Bruselas para no plantar cara a Albert Rivera-- son ya papel mojado.
El achique de espacios es una realidad. Lo que pueda salir de las urnas, tras los comicios de este domingo, no será para dar saltos de alegría, si se entiende que lo óptimo sería la formación de un Gobierno con ciertas garantías de emprender reformas. Vox está para quedarse, y marcar la agenda, y supone un serio problema para el PP. Difícilmente esos electores de Vox regresarán al PP, aunque salieran de la casa común de los conservadores españoles.
El independentismo se ha disparado en un pie. Y ha disparado al corazón del catalanismo, que lo tendrá muy complicado para hacer creer --aunque tenga razón-- que se debe intentar un acercamiento, que una cosa es lograr un mejor encaje de Cataluña en España, con una reforma constitucional que también solvente duplicidades y deslealtades autonómicas, y otra combatir contra los que se saltan las leyes y chantajean constantemente al Estado.
Lo que ha logrado el independentismo --que se alegren esos señores tan convencidos de sus propias palabras, desde Salvador Cardús a Pilar Rahola o el propio Quim Torra-- es secuestrar al conjunto de Cataluña y al propio autogobierno catalán.
El partido que veremos tendrá a un jugador en las instituciones españolas que practicará un achique de espacios total: un Maguregui de las mejores épocas, alguien que acabó superando esa estrategia para colocar un autobús en el área. Tengámoslo en cuenta.