Una parte sustancial del feminismo de cuarta ola ha elevado a la mujer por su condición de víctima. Víctima de lo que llaman heteropatriarcado, víctima de abuso sexual, víctima, en definitiva, del sistema. Esta condición, que en algunos casos ha servido para concienciar de una realidad que permanecía escondida bajo las alfombras domésticas, también ha tenido sus efectos perversos: ha contribuido a generar un referente para las niñas basado en la inferioridad, en el agravio, en un pecado original que hay que expiar en nombre de un colectivo. En sentirse más víctimas que libres.
Algunas feministas han alertado de que este enfoque perjudica principalmente a la mujer y al movimiento feminista porque potencia la imagen de un ser vulnerable e irresponsable, a quien mejor tratar como si fueran menores de edad para que no se ofendan ni malinterpreten un gesto. Es así como la moda actual papanatas lleva a hablar más de una actriz por los abusos que podría haber sufrido que por sus logros profesionales. Se invisibiliza, de este modo, a la mujer coraje, a la mujer hecha sí misma, a las que han llegado con su esfuerzo a ocupar puestos de relevancia en el mundo empresarial o político. El debate público gira más en torno al morbo que sobre la conciliación familiar y laboral, algo que sin duda afecta a muchas más mujeres.
El célebre psicólogo Jordan Peterson, que recurre a menudo a los arquetipos de la mitología griega para explicar los cambios culturales en nuestras sociedades, explica en su libro 12 reglas para vivir cómo se han potenciado los arquetipos de mujer-víctima y de hombre-autoritario y se han omitido sus opuestos, que serían algo así como el de mujer mala y manipuladora, y el del hombre protector y generoso. Peterson no cuenta nada que no sepa ninguna abuela o persona medianamente experimentada. La flagrante evidencia de que hay también mujeres malas con hombres buenos y tontos. Brujas ha habido toda la vida. Y todos conocemos alguna.
En este sentido, el caso de Ana Julia Quezada, autora confesa del asesinato del niño Gabriel, es paradigmático de la maldad humana. Sus cotas de psicopatía y falta de empatía superan a la del común de los mortales. Sea hombre o mujer. Durante el juicio, han aparecido como testimonios antiguos novios suyos y también han trascendido las versiones de hijos y familiares de sus antiguas parejas. Todos relatan el perfil de una mujer fría, manipuladora, mucho más inteligente que sus parejas, y que no duda en utilizar el sexo o el hacha para lograr sus objetivos. A algunos de estos hombres confiados y de buena fe les dejaba en cuanto no tenían un duro y a otros, como al padre de Gabriel, les ha destrozado literalmente la vida.
Ana Julia Quezada podría ser, desde este jueves, la primera mujer condenada a prisión permanente revisable. Quizás, la aceptación de que una mujer puede ser tan perversa como un hombre y pagar por ello la misma pena es un caso de igualdad. Igualdad en la maldad pero, al fin y al cabo, igualdad real.