Mirar accidentes es una costumbre extendida. El grueso de la población cae en ello, con mayor o menor disimulo o aprensión y a medio camino entre brindar ayuda y querer saber qué ha ocurrido. El efecto chafardero, le llama algunos por sus consecuencias en el tráfico. Una actitud muy parecida a lo que ocurre en los últimos días en el Congreso de los Diputados y la Zarzuela.
Más que negociar una investidura, los principales partidos del país se han dedicado a embestir los unos contra los otros con la vista puesta en el 10 de noviembre. España volverá a poner urnas ese domingo y esperará un resultado electoral que variará bien poco respecto al de abril, según el grueso de las encuestas publicadas.
El único que ganaría según estas previsiones sería el PP de Pablo Casado, el más claro en los últimos meses, y que este martes incluso hacía un guiño a Pablo Iglesias al sumarse a la petición de Podemos de que el Rey fije unos periodos de negociación más cortos después de la repetición electoral. Se espera que recupere parte del voto cedido tanto a Ciudadanos como a Vox --una caricatura de sí mismo desde que ha tocado poder-- y que se consolide como principal partido de la oposición.
Albert Rivera se ha intentado desmarcar en el último momento con una propuesta que llegó tarde y mal, y que se debe analizar más desde el punto de vista preelectoral que como una iniciativa real. Cataluña vuelve a estar en el centro con la demanda por enésima ocasión de activar el artículo 155 de forma preventiva, algo imposible desde el punto de vista legal, tal y como han advertido múltiples especialistas en Derecho Constitucional. Eso sí, ha ganado cuota de pantalla tras un verano de perfil bajo que ha dedicado a sí mismo.
¿Será suficiente para dar la vuelta a los pronósticos poco halagüeños para noviembre? Por el momento, no lo parece. Como tampoco que Iglesias pueda mantener su gran pretensión de dar el sorpasso al PSOE, el motivo fundacional de Podemos. Con todo, mantendrá la llave de la formación de un Gobierno en el futuro y el PSOE de Pedro Sánchez deberá emplearse a fondo si quiere superar el bloqueo político en el que lleva inmerso más de medio año.
Sánchez ha fracasado, en gran parte por las pocas ganas que ha mostrado de llegar al pacto por la izquierda, especialmente por incorporar a políticos morados en el Consejo de Ministros. Ha jugado con Iglesias al chicken game y ambos han preferido la colisión. En cuanto a Rivera, aunque era una opción deseada por muchos, la propuesta anunciada y la respuesta posterior han sido más gestos para su electorado que para explorar el pacto real.
La desconfianza entre los líderes se mantiene y afecta a cuestiones esenciales, como el conflicto político catalán. Los apoyos que recaban los partidos de la nueva y la vieja política se sustentan en gran medida y tampoco parece probable que se abra un tercer escenario con un cambio de primeras espadas que permita alcanzar acuerdos inauditos.
Volver a repartir las cartas en noviembre no servirá de mucho y el enroque de la situación se mantiene. Mientras, el papel de los ciudadanos es el de ir a las urnas y volver a mirar el accidente entre PSOE, PP, Cs y Podemos. Pero en esta colisión, perdemos todos.