Cada vez son más numerosas y relevantes las voces que reclaman a Ciudadanos (Cs) que facilite al PSOE la gobernabilidad a nivel nacional.
Hace una semana, el presidente de honor de El País, Juan Luis Cebrián, le pedía a Albert Rivera que allanase ese pacto. Cebrián, que tildaba el 1-O de “golpe de Estado”, advertía de que el “conflicto” nacionalista “durará años” y “constituye el problema número uno al que tendrá que enfrentarse el nuevo Gobierno porque afecta a la estructura del Estado, cuya supervivencia amenaza”. “La estabilidad del nuevo Ejecutivo, la solidez del Parlamento y la independencia de los tribunales va a seguir siendo desafiada por los mentores del procés, con lo que la normalidad política no ha de recuperarse en el corto plazo”, añadía, e insistía en que “esta debería ser la principal preocupación” de los dirigentes políticos. Por ello, criticaba la intención de los socialistas de gobernar en solitario --“es una temeridad”-- y el alejamiento de los naranjas como verdadera opción de centro reformista.
El viernes pasado, uno de los fundadores de Cs, Francesc de Carreras --mentor político de Rivera--, recordaba que este partido “fue clave para enfrentarse al golpe de Estado en Cataluña” y consideraba que “ahora es clave para dar estabilidad al Gobierno de España”. “Si en 2016 acordaste con el PSOE un buen programa de gobierno, no hay motivo para que ahora no se repita tal operación”, recordaba Carreras a Rivera. Y llegaba a una contundente conclusión: “Se te acusará, con razón, que por tu culpa arrojas al PSOE a pactar con Podemos y con los nacionalistas, precisamente aquello que Cs debía impedir”.
Este domingo, Arcadi Espada, otro de los promotores iniciales del partido de Rivera, criticaba la decisión de los naranjas de desmarcarse de la maniobra de Valls para impedir que los independentistas se hiciesen con la alcaldía de Barcelona y entregársela a Colau. Con un punto de sobredosis de generosidad hacia la alcaldesa, el periodista le prevenía a Rivera de que esta no es tan indepe como Maragall, y venía a decirle que se trataba de elegir el mal menor. Pero, en todo caso, le atribuía al líder de Cs un oportunismo y una falta de responsabilidad y decencia políticas que se entendían extrapolables a su planteamiento en las negociaciones de ámbito nacional.
No les falta razón a ninguno de ellos. Es momento de anteponer el interés general al del partido y al personal. Es momento de rectificar. De tragarse algunos sapos. De negociar con el PSOE un acuerdo que le permita gobernar sin necesitar a los nacionalistas ni a los populistas. De ayudar a Pedro Sánchez a ser presidente y garantizarle una legislatura plácida.
Pero también es una oportunidad. Una oportunidad para exigir, a cambio de esa estabilidad, una nueva política en relación al nacionalismo catalán. Una nueva política que se aleje de la estrategia del contentamiento aplicada en los últimos 40 años y que ha llevado hasta la situación actual.
Es una oportunidad para frenar las insensateces de aquellos que proponen un nuevo estatuto, de impedir la cesión de nuevas competencias a una Generalitat en manos de unos tipos que prometen “volverlo a hacer” (la independencia unilateral) en cuanto les sea posible.
Constatado el adoctrinamiento escolar, la inmersión lingüística, la deslealtad de los Mossos el 1-O, la facilidad con la que el Govern ofrece beneficios penitenciarios a los suyos en contra de los criterios judiciales --como ha ocurrido con Oriol Pujol-- y el uso propagandístico de TV3 y Catalunya Ràdio, no son pocos los que consideran que lo más apropiado sería que el Gobierno asumiese las competencias en educación, seguridad, prisiones y medios de comunicación públicos en Cataluña.
Tal vez ese sería el precio razonable que Rivera podría poner a su apoyo a Sánchez. Un pacto que, además, tendría otras dos consecuencias relevantes: por una parte, demostraría con hechos tangibles que Cs es un partido útil para los ciudadanos; y por otra, rompería con el tradicional maltrato al que los diferentes gobiernos de la nación acostumbran a someter a los catalanes no nacionalistas al tratarlos como moneda de cambio para asegurarse la poltrona en la Moncloa… algo que el propio Rivera conoce y ha sufrido de primera mano.