Josep Borrell y Miquel Iceta han sido protagonistas en las últimas horas por sendas comparecencias públicas muy polémicas y coherentes con la trayectoria política y personal de cada uno de ellos. Ambos son socialistas, son catalanes y, aunque no tienen la misma edad, se puede decir que pertenecen a generaciones muy próximas: tienen una biografía política dilatada y paralela.
El papel del ministro de Asuntos Exteriores, asignado o autoatribuido, es el de azote de los independentistas fuera de España, y también dentro. Lo hace con la decisión y la seguridad que le caracteriza: no deja pasar una.
El primer secretario del PSC es como el ministro de Cataluña en la sombra, aunque a veces resulta difícil saber dónde está. Es la voz más sensata de la política catalana, si bien para la gente no hiperventilada es complicado ver la frontera entre sus propuestas y la de los independentistas.
Es discutible que Borrell tuviera que abandonar la entrevista del programa en inglés de la televisión por satélite de la cadena alemana Deutsche Well que ha originado la controversia, pero lo que está fuera de toda duda es que de alguna forma tenía que parar los pies a un entrevistador que hablaba de oído y confundía el porcentaje de españoles partidarios de reformar la Constitución con el número de ciudadanos favorables a la independencia de Cataluña.
Si hay una verdad indiscutible del procés es que ha conseguido hacerse con la agenda de la política de España después de conquistar e inundar la catalana. De hecho, cuando partidos como el PSOE o Podemos tratan de huir de la trampa y trazan programas electorales que eluden el conflicto nacionalista son calificados de anticatalanes sin el menor rubor desde los ámbitos más sensibles al soberanismo; tanto a favor como en contra.
Ese contagio ha alcanzado esferas intelectuales europeas, a las que probablemente pertenece Tim Sebastian, el presentador británico que usa la brocha gorda para hablar de España y que trabaja para el espacio en inglés del canal satélite alemán DW.
Josep Borrell no quiso aguantar la impertinencia, ignorancia o tergiversación del periodista y se levantó de la mesa. El gesto es adusto y poco diplomático, pero comprensible y legítimo.
Sin embargo, Miquel Iceta se deja preguntar por Berria en torno a las libertades de Cataluña --como si fuera una colonia española-- y entra al trapo sin pestañear: especula sobre un escenario en el que el 65% de los catalanes vote a favor de la independencia. El eco de esa simplería (con perdón) le obliga a rectificar. Es un buenismo que ya no tiene espacio en Cataluña: los nacionalistas lo han quemado.
Borrell se arrebata; es posible. Pero no se equivoca: el que miente es el entrevistador. Iceta, puntual en cada campaña electoral, adopta una posición como de solicitar el perdón del adversario político.