Machado fue premonitorio. “Esa España que ora y embiste” escribió el poeta. E “inviste”, añadiría yo, en alusión a Vox, pues gracias a sus votos, ungirá al nuevo presidente andaluz. Las urnas han sacado de la marginalidad al partido del bizarrísimo Santiago Abascal, pero han sido PP y Ciudadanos quienes le han convertido en decisivo al aceptar los votos de una formación ultramontana, que ora en su cruzada católica contra la “amenaza árabe” –la reconquista, que no tenía horario ni fecha en el calendario, debe ser celebrada y los musulmanes, expulsados— y embiste como un mihura --apoyo a la tauromaquia-- contra todos los avances sociales de la democracia española.
Curioso que, en pleno auge de los movimientos #MeToo surja, irrumpa, el machismo de Vox. Porque eso es lo que promueve este partido ultra: el desprecio a la lucha feminista en un país donde todavía abundan el sexismo y la desigualdad. La discriminación positiva de la mujer, al igual que la protección de los menores, los inmigrantes o los colectivos LGTBI, está contemplada en numerosos tratados internacionales, no es un invento de Podemos. Solo hay que leer la exposición de motivos de la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, la que quiere eliminar Vox, para comprobarlo.
La ley es buena, una de las mejores en el ámbito internacional, pero lo sería más si se la dotara de recursos suficientes para desarrollarla en su integridad. Los ultras han renunciado, de momento, a incluir esa abolición en su pacto con el PP andaluz, pero así consta en su programa electoral. ¡Ojo, que vienen elecciones municipales!
Derogar esa legislación supondría un retroceso social e ideológico, y dispararía el número de casos ocultos, los que no se denuncian por miedo, desconfianza o desatención. Llegar hasta el final en una denuncia penal ya es, de por sí, durísimo. Si encima se despoja a la víctima de este blindaje, es muy posible que el maltrato se convierta de nuevo en una asunto privado, algo doméstico que es necesario soportar en soledad.
Especialmente irritante resulta el debate sobre las denuncias falsas. Discutir si son el 0,001%, como dice la Fiscalía General del Estado, o un 1%, como sostiene el Consejo General del Poder Judicial, supone caer en la trampa de Vox. Un partido, conviene recordar, que defiende la “educación diferenciada”, esto es, la segregación por sexo. La que se practica en los colegios de elite. Por lo visto esto no es “ideología”. Si lo es la lucha contra los delitos machistas.
Lo del “PIN parental” ya es de traca. El nomenclátor es, posiblemente, lo más moderno que Vox es capaz de manejar, pero no deja de ser una circular dirigida a los directores de centros en la que los padres pueden rechazar ese “evidente adoctrinamiento en ideología de género” y la “educación sexual” que se imparte en las escuelas, según los voxistas.
Definitivamente, Vox ora, embiste y como no vigilemos en las próximas citas electorales, da la puntilla a un progreso social todavía frágil.