La deriva violenta del secesionismo en los últimos tiempos solo tiene una causa: la frustración. Buena parte de los independentistas se creyeron el "farol" (en palabras de Ponsatí) o “tuvieron la impresión” (según Artur Mas) o entendieron --porque “no se lo explicaron bien” (Toni Comin dixit)-- que la secesión es posible.
Ahora que empiezan a darse cuenta de que no habrá ningún referéndum secesionista, ni Cataluña se separará del resto de España, una parte del independentismo más ingenuo no lo acepta y responde con violencia. Era previsible.
De momento, la violencia se dirige principalmente contra aquellos que se oponen con mayor visibilidad a la secesión de Cataluña. Verbigracia, los ataques de los CDR contra los manifestantes que conmemoran la Constitución (en Girona), contra los que son convocados por Vox (en Terrassa) --sí, en democracia la ultraderecha también tiene derecho a manifestarse--, contra las marchas de Jusapol (en Barcelona) y contra los comandos de ciudadanos que quitan lazos amarillos del espacio público (en toda Cataluña).
Pero me temo que los objetivos cambiarán. Es probable que los violentos tiendan a centrarse en los dirigentes políticos independentistas. En los que les prometieron que les llevarían a la Ítaca soñada. Al fin y al cabo, siguen controlando el Gobierno autonómico. Tienen las llaves de Lledoners, por lo que son los carceleros de sus líderes, ¿no? Comandan los Mossos d’Esquadra, por lo que son los represores del poble que solo pide libertad, ¿no?
Ya ha habido algunos indicios de que las cosas pueden ir por ahí. Recordemos algún que otro intento de tomar por la fuerza el Parlament, los últimos enfrentamientos con la policía autonómica --con la correspondiente crisis en el Govern--, los cortes de carreteras durante horas o las amenazas de algunos grupúsculos --entre ellos el exterrorista de Terra Lliure Fredi Bentanachs-- prometiendo convertir Cataluña en un infierno el 21D, aprovechando la celebración del Consejo de Ministros en Barcelona.
Es presumible que la violencia vaya en aumento. La ilusión generada en buena parte del secesionismo fue enorme --la independencia es inevitable e inminente, solían asegurar los convencidos-- y la decepción es y será proporcional a aquellas expectativas.
A corto y medio plazo, la única forma de resolver esta situación será con las herramientas que el Estado democrático de derecho ofrece. Es decir, o lo solucionan los Mossos d’Esquadra o --como ha advertido el Gobierno de Pedro Sánchez-- lo harán las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
Pero a largo plazo sería bueno aplicar otro remedio: hacer entender a los independentistas que en democracia, cuando no se tienen las mayorías necesarias para aplicar un proyecto --en este caso, modificar la Constitución para permitir un referéndum secesionista o directamente la independencia--, hay que aprender a aguantarse. Protestar, sí, todo lo que se quiera de forma pacífica. Negociar, sí, todo lo que se pueda dentro de la ley. Pero también aguantarse cuando no se logran los objetivos, por muy frustrante que pueda ser.
Lo explicaba con una claridad meridiana el profesor de Ciencia Política de la Universidad de Málaga Manuel Arias Maldonado en una imprescindible entrevista realizada por Manel Manchón y publicada en Crónica Global este domingo.
Preguntado por si hay alguna posible “salida política” al problema del nacionalismo catalán, Arias Maldonado respondía: “No veo demasiadas salidas, al menos en el corto y medio plazo. Y tampoco creo que haya que obsesionarse con su búsqueda. La frustración forma parte de la vida democrática y no siempre podemos alcanzar los fines a los que aspiramos. ¿O habríamos de esforzarnos en encontrar una salida política para los ciudadanos que querrían volver a un Estado centralista? La idea de que hemos de contentar a quienes desean ejercitar un derecho que no existe es bastante problemática. Sobre todo porque la solución al problema territorial ya se aplicó en 1978, cuando España se convirtió en un Estado federal y procedió a reconocer simbólicamente sus distintas identidades culturales y a descentralizar el poder político. Así las cosas, el agravio que sienten quienes reclaman la independencia es puramente imaginario y se alimenta de muy dudosos argumentos históricos y económicos... Ante eso, mejor la paciencia. La única salida a largo plazo es una reforma de la Constitución que conduzca a un federalismo más racional: no una solución a la carta para los nacionalistas, sino una reordenación meditada de nuestro federalismo que piense en todos y no solo en aquellos que hacen más ruido. Y eso, ahora mismo, es políticamente inviable”.
Así están las cosas, señores independentistas. Habrá que aprender a aguantarse y a gestionar las propias frustraciones. Cuanto antes lo asumáis, mejor para todos. Es lo que tiene la democracia.