Hay publicistas que se sobran. Sí, de la misma manera que lo hacemos los periodistas, los fontaneros, la mayoría de los políticos y hasta los taxistas. Como todo en la vida, hay grados y formas de hacerlo. El asesor publicitario de Enric Crous, el hombre que representará al independentismo en las elecciones a la Cámara de Comercio, ha sido cualquier cosa menos original o creativo.

El eslogan con el que inicia la campaña electoral, que se hará tan larga como la de Manuel Valls al Ayuntamiento de Barcelona, es claro: Dels nostres (de los nuestros). No hace falta disponer de mucha memoria para saber que la televisión menos plural de cuantas se pagan con dinero público desde tiempos inmemoriales usa una proclama similar: La nostra (La nuestra). Han acertado, estamos hablando de TV3.

¿Qué quiere decir el que fuera director general de Damm y actual consejero delegado de Cacaolat con ese claim publicitario? ¿Acaso se define así para apartarse de sus antecesores Miquel Valls Maseda, Antoni Negre Vilavecchia o Josep Maria Figueras? ¿No son o fueron ellos empresarios ilustres de la ciudad? ¿No eran personas representativas en cada momento del tejido industrial barcelonés? ¿Querrá decir Crous alguna cosa distinta a los empresarios a los que pedirá el voto?

La ecuación tiene escasas incógnitas. Crous emerge como el candidato del soberanismo, que desde hace años intenta colonizar todas y cada una de las entidades e instituciones empresariales del país para, desde esas atalayas de influencia, promover un nacionalismo cada vez más presente en la sociedad civil gracias a la relajación de quienes piensan distinto. Con escaso éxito, dicho sea de paso, pero con una persistencia digna más de los políticos que del empresariado tradicional. Lo único que distingue a Crous a simple vista de sus antecesores es esa novísima posición que reivindica un estado catalán separado del español y una actitud reivindicativa que sólo faltaría que acabara calando entre los hombres y mujeres de negocios de la Barcelona cosmopolita que piensan en global y no en aldeano y folclórico. Y como no puede presentarse como un candidato renovador y moderno (ya formó parte del equipo de Negre en su día) no le queda otro remedio que presentarse como “uno de los nuestros”. Esa ambigua autodefinición es diáfana desde el análisis político, por más que se empeñen en restarle importancia a esa dimensión.

Preguntado en la presentación de su candidatura por qué razón las empresas en las que ha pasado la mayoría de su carrera profesional, Cacaolat y Damm, no le dan apoyo a su candidatura, Crous dio un largo pase de pecho taurino para aclarar nada: a ninguna de ellas le interesa mezclar su marca con los propósitos de quien ha sido su ejecutivo hasta que hace unos años le recortaron las funciones.

Si todo el programa con el que Crous y los suyos (por ahí andan Sixte Cambra y algún otro empresario de la nacionalista Femcat) pretenden seducir a las pymes que acabarán decantando el voto en favor de una u otra candidatura es el de presentarse como alguien adepto a una implícita causa tiene escasas posibilidades de conseguir éxito alguno. Él decía hace unos años que era maragallista, pero quienes pensábamos que era de la administración local de Pasqual nos equivocamos. Crous utilizaba el apellido en el mismo sentido que lo hace el Tete Ernest Maragall, desde su candidatura independentista al consistorio barcelonés. Uno de los nuestros, uno de los que nada tienen que ver con los otros.

Recuerdo que el independentismo ya intentó en su día asaltar Fomento del Trabajo. En aquel momento el mascarón de proa fue Joaquim Boixareu. No conocían la entidad ni su funcionamiento, pensaron que tenían un derecho natural, generacional decían incluso, a tomar el control de la gran patronal. No se enteraron de que las asociaciones y lobbies que dan servicio al mundo de la empresa no pueden actuar con perfil político, entre otras razones porque representan asociados y votantes cuyos intereses son plurales y diversos, tanto personales como por la definición de sus mercados. Fracasaron de forma clamorosa y hoy, salvo por las pataletas histriónicas de Antoni Abad desde la generosamente subvencionada Cecot, han casi desaparecido del mapa.

Crous corre un riesgo semejante en su recién anunciada aventura: el del ridículo personal como corolario de una larga y reconocida trayectoria profesional. Pero además no es descartable que este septuagenario provoque el renacer de un movimiento natural y contrario que despolitice las elecciones camerales. Cambra, unos de sus apoyos, ya vivió una derrota clamorosa cuando intentó meter a Convergència en el FC Barcelona y Josep Lluís Núñez le pasó la mano por la cara. Algunos, ya saben, no aprenden nunca. Pero, claro, prefieren equivocarse ellos, entre ellos, entre nosotros, que dar paso a los otros, a los que no piensan con sus mismos esquemas ideológicos.

Hasta que Crous no dé alguna receta creíble para recuperar las casi 5.000 sociedades que han decidido abandonar nuestro territorio por la inestabilidad política y los riesgos jurídicos, su programa es un simple conseguir el poder por el placer de ejercerlo. Y así, de entrada, los nuestros no ayudan más que al poltronismo.