Atención. Honestidad. Los responsables de los acontecimientos de hace justo un año intentan comprender sus propios actos y buscan una interpretación plausible para no cometer los mismos errores en el futuro. Es importante. No es una cuestión menor. El independentismo debe asumir la realidad, para, desde la empatía y el conocimiento de la sociedad catalana, defender sus postulados, legítimos, y preparar una estrategia que no violente a nadie y que sea posibilista.
Argumenta Oriol Soler, editor, director general de la cooperativa Som (revistas como Sàpiens, Descobrir o la editorial Ara Llibres), fundador del diario Ara, que el independentismo no podrá ni debería hacer nada “si hay un 40% de catalanes que tiene miedo”. Asegura que se quedó perplejo y que le llevó a una profunda reflexión cuando recibió la llamada de una amiga, “muy amiga”, que le confesó que había llegado a pensar que lo mejor era que “todos los responsables debían ser encarcelados”. Es decir, esa amiga le vino a decir, que, pese a la amistad, sintió miedo y enojo y llegó a querer que el propio Soler fuera conducido a prisión.
Oriol Soler se involucró de lleno en el proceso independentista. Fue el coordinador de la campaña del 9N, y, posteriormente, fue también el coordinador de las reuniones de lo que se llamó el "estado mayor": responsables del Govern y de las entidades soberanistas que organizaron el referéndum del 1-O. Estuvo en el Palau de la Generalitat en la reunión en la que Carles Puigdemont llegó a tomar la decisión de convocar elecciones, aunque por la mañana se desdijo, tras recibir la presión de los suyos propios y de sectores de Esquerra Republicana.
Pero, ¿qué es lo que Soler trata de explicar, aunque no se atreve del todo? La pista que ofrece es esencial, y está bien que se haya dado cuenta, aunque lo que sorprende es su sorpresa, que es extensible a una parte de la sociedad catalana que no se ha dado cuenta que vive en una burbuja, en un mundo cerrado, que se retroalimenta constantemente.
El mundo nacionalista, el que cree que España es un obstáculo, el que considera que el llamado “Estado” es una losa, el que pronuncia espanyol, con el acento en esa "p", y alargando la "o", denotando desprecio, ha dado la espalda desde hace mucho tiempo a sus conciudadanos que, no es que no sean nacionalistas, es que pensaron que todo ese debate se había superado, y que, una vez alcanzado el autogobierno, y con un país democrático que les garantizaba sus libertades y había logrado unas cotas notables de bienestar --comparen la evolución en todos los ámbitos desde 1977, por lo menos, para fijar la fecha de las primeras elecciones democráticas-- de lo que se trataba era de trabajar y de gozar de lo que se había alcanzado entre todos.
Esa amiga de Soler expresa bien lo que muchos catalanes sintieron en los días previos y posteriores al referéndum del 1 de octubre. El independentismo debe admitir la complejidad de la sociedad catalana, los distintos referentes y las dificultades para que se acepte, sin más, que se desee crear un estado propio, sin tener en cuenta que Cataluña tiene un estado, que es el español, y que se pueden reformar muchas cuestiones si se trabaja con inteligencia y de la mano del mayor número posible de catalanes. No es cierto que se haya maltrado a Cataluña. La retórica del independentismo es falsa y hueca.
Sin embago, lo que está en juego es de vital importancia. Porque, pese a la asunción de responsabilidades y de los errores cometidos, lo que representa Oriol Soler se debería tener en cuenta desde las instancias de los gobiernos españoles, sean del color que sean. Soler ha sido siempre independentista, le daba igual si España funcionaba mejor o peor, lo que quiere es un estado catalán propio. Y como él miles y miles de catalanes, un número que ha crecido, y aunque se haya añadido una parte que es coyuntural, la fuerza del independentismo ya no se puede desdeñar. Tiene medios, pero, principalmente, voluntad de seguir y de lograr los objetivos.
Cuando Soler, en una entrevista en RAC1, insiste en que se equivocó el independentismo al no percibir que podía haber catalanes como esa amiga suya, añade que se deberá convencer a toda esa parte, que se buscará cómo hacer ver que la independencia también será una cosa positiva para ellos. Es decir, el independentismo no quiere ni va a desfallecer.
Y esa, tal vez, sí es una sorpresa para muchos. Para esas mismas instancias del Estado, que deberían trazar un plan cuanto antes. Una cuestión es conocer lo que a cada uno le pide el cuerpo y otra ejercer de político responsable y buscar soluciones políticas. ¿Quién se atreve en convencer a los muchos Soler que, con palancas de poder, --en el ámbito cultural, algo que es de una importancia capital-- insistirán en Cataluña en poder lograr sus anhelos de que una reforma del Estado es posible --para que la petición de la independencia se convierta en algo ridículo--cosa que para muchos ya lo es? Es hora de moverse.