Es cierto que cobran más que los agentes de la Guardia Civil, sobre todo, y que la Policía Nacional. No es discutible que sus instalaciones sean, en general, más modernas y estén mejor equipadas. Los Mossos d'Esquadra son un cuerpo policial joven, sin una larga historia en el desempeño de sus competencias democráticas. Todo eso es tan cierto como que hoy resulta muy complejo ejercer de agente de la policía autonómica catalana.
Estar ante un nivel tan elevado de alerta terrorista, haber sido utilizados por los dirigentes políticos, que los presentaron ante la opinión pública internacional como una policía modélica, haberse visto obligados a cumplir las órdenes aunque bordearan la ilegalidad el 1-O no es plato de gusto para la mayoría de sus miembros. Sus jefes políticos nacionalistas les demuestran escaso respeto al usarlos como arma arrojadiza. La oposición al independentismo los ridiculiza por lo que es una actuación política de la que ningún policía es responsable de manera personal.
Muchos agentes accedieron al cuerpo de seguridad autonómico jurando fidelidad a leyes y normas superiores que sus dirigentes políticos ponen en tela de juicio. Las viciadas órdenes de sus mandos el día del referéndum están llevando a muchos de ellos a tener que dar explicaciones ante la justicia. La ciudadanía nacionalista les obsequió con flores después de las actuaciones de Cambrils y Subirats del año pasado, en las que todos los expertos en asuntos policiales consideran que se actuó con exceso de temor y poca efectividad al neutralizar sin vida a los atacantes.
Al nacionalismo no parecía preocuparle que la muerte de todos los terroristas que se movieron tras la explosión de Alcanar dejara muchas incógnitas de investigación por resolver. Importaba más explicarle al mundo que Cataluña había actuado como un Estado independiente y que su policía debía ser considerada como tal. No cabían los matices, faltó humildad. Todas esas circunstancias contextuales llevaron al cuerpo a un peligroso recogimiento interior. El silencio y la sumisión para reivindicar sus salarios o mejores chalecos antibala o, incluso, más adiestramiento con el manejo de las armas, se extendió entre los agentes.
La falta de autocrítica con las actuaciones policiales relacionadas con el terrorismo yihadista no es una enorgullecedora señal de futuro ni contribuye a evolucionar de manera positiva. Se ha denunciado en alguna ocasión que la colaboración entre cuerpos de seguridad españoles es nula. Y debería precisarse que la inexistencia de cooperación tiene que ver con el silencio que practican los responsables políticos de cada momento y los altos cargos policiales serviles al gobierno de turno. Eso sucede en Barcelona, pero también en Madrid. Parece casi imposible que los agentes de cualquiera de los cuerpos que actúan en Cataluña piensen igual que sus superiores, por más películas americanas que hayan visto sobre las diferentes jurisdicciones policiales. Saben lo que se juegan y cuánto les une, en la calle, en la investigación, a quienes como ellos ponen en riesgo su propia vida para garantizar la seguridad colectiva.
La última invención de los republicanos de pega es lanzar a los Mossos contra aquellos ciudadanos que retiren símbolos amarillos del espacio público. Es tan estúpida esa orden y desprestigia tanto su cumplimiento al cuerpo policial que la aplica, que la sitúa al nivel de una que no existió para multar o detener a quien impregnara el espacio público de Cataluña de amarillo patriótico.
Los Mossos de Esquadra son respetables como institución de seguridad y como colectivo profesional, pero andan atemorizados de manera individual. Eso debe saberse. Soportan, en este escenario, un exceso de presión. Por eso, quizá por eso, nunca un terrorista islamista queda reducido con un disparo que evite su fallecimiento y facilite la investigación posterior. Todo aquello que no hemos sabido de los autores materiales de los atentados del 17A o la información que ayer se esfumó cuando se abatió al atacante de Cornellà en el interior de una comisaría con varios agentes de servicio serían datos útiles para prevenir futuras acciones terroristas.
Ningún político del Gobierno, ni tampoco de la oposición, pedirá explicaciones, nadie reclamará una investigación con mayor profundidad sobre los hechos. Nadie se preocupará por el nivel de adiestramiento de los agentes con las armas que emplean ni se ocupará por cómo repeler el nuevo fenómeno de los atacantes que se inmolan. La política, el Estado independiente, la falsa república, o cualquiera de esas milongas sirven para justificar todo lo que genera dudas razonables. Y, con todo el respeto al cuerpo policial y admiración por su trabajo habitual, lo de ayer en Cornellà vuelve a sembrar alguna semilla de racional recelo.