Los duros que viven en Madrid, más próximos o menos al PSOE o al PP, señalan que todo será un vano intento. Que el presidente Pedro Sánchez, cuando se entreviste con Quim Torra, deberá asumir --una posibilidad que cobra enteros en Moncloa-- que lo mejor que puede suceder es que se vayan entrelazando reuniones sin que pase nada, sin que se llegue a nada concreto.
El argumento, estructural, es que el independentismo no quiere acuerdos, no desea recuperar el tiempo perdido, y que su único propósito es el de vivir de esta manera, manteniendo la tensión, con el señuelo de un referéndum de autodeterminación que reflejaría que España es divisible.
Los no tan duros albergan esperanzas, pero porque entienden que ese independentismo no es tan sólido, o, más bien, porque consideran que se puede pellizcar una parte para iniciar, juntos, un camino transversal. Pero, ¿hacia dónde, con qué finalidad? El objetivo sería un Estado federal, que clarificara las competencias de cada gobierno, y que, al mismo tiempo, fuera capaz de instar a una necesaria cooperación entre todos los gobiernos federados. Pero el nacionalismo catalán ha rechazado esa propuesta, porque la ve igualitaria. Entonces, ¿qué salida queda?
El llamado procés soberanista ha fallecido, y muta hacia otra cosa, que puede pasar, de forma momentánea, por el autonomismo. Esa es la idea del analista José Antonio Zarzalejos, expuesta en Santander, en el seminario organizado en la UIMP, que se ha celebrado esta semana. Zarzalejos conoce bien el nacionalismo vasco, y traza un paralelismo con el catalán. Hay una constante en la historia reciente, de flujos y reflujos, pero no de desaparición.
Es decir, el nacionalismo catalán, marcado ya por su vertiente independentista, podría tomarse un respiro y beber un batido de cacao, para recuperar fuerzas e intentar otro órdago en pocos años. Lo ha hecho históricamente, con acuerdos y desacuerdos, como dice el historiador José Enrique Ruiz-Domènec.
Si eso es así, ¿vale la pena repensar el Estado, buscar mejores fórmulas? La respuesta dependerá del interés que tengamos por el conjunto de España. En el mismo seminario, distintos expertos, como Manuel Arias Maldonado --con su libro referente de estos últimos años, La democracia sentimental-- Ignacio Molina, Astrid Barrio, Argelia Queralt, Juan Rodríguez Teruel, o Juan Claudio de Ramón, han ofrecido todo tipo de datos y argumentos para analizar si el independentismo ha tenido o no sus razones. Y, al margen de que no se aprecian argumentos suficientes --más allá de la sentencia del Estatut de 2010, que no fue para tanto, según la catedrática de derecho constitucional Teresa Freixes--, lo que primó es la necesidad de mirar al futuro y mejorar la calidad institucional de España. Con un Estado autonómico con características federales, lo apropiado ahora sería culminar la tarea iniciada en 1978.
Con ello se solventaría, en parte, algunos problemas del autogobierno de Cataluña, y del resto de comunidades autónomas. España sería un mejor país, plural y diverso, con un Estado vigoroso.
Sin embargo, ¿el independentismo habría reducido su fuerza, o seguiría con ese sueño decimonónico de tener un Estado propio, generando inestabilidad y la ruptura de la cohesión interna en Cataluña?
De nuevo, la respuesta debería ser que eso no es tan importante. Que se implemente lo que se vea necesario para el conjunto, incluida Cataluña, y luego ya se verá dónde está cada uno, y quién se ha quedado o no sin argumentos para muchos años.