Pasamos casi media mañana en el notario. Corría un caluroso 29 de junio. Era una de esas modernas notarías de la Via Augusta de Barcelona en la que Joaquín Romero, Alejandro Tercero, Francesc Moreno y un servidor nos dimos un empacho de firmar documentos que alumbraban la actual Crónica Global Media, SL, sociedad editora de este medio digital. Con aquel acto público se cerraba una etapa y nacía otra distinta.
Con todas las prisas que la gestión administrativa nos impuso, dos días más tarde, el 1 de julio de 2015, arrancó la refundación de Crónica Global. Fue un verano caluroso, mucho. Lo único que funcionaba a la perfección era el aire acondicionado del ático en el que nos alojábamos, realquilados, un minúsculo grupo de periodistas que habíamos renunciado a las vacaciones veraniegas para en un tiempo récord darle la vuelta integral a un producto periodístico ya existente y sobre el que se cimentaría un medio que aspiraba a ser una referencia en el mapa informativo catalán y español.
En aquellos caniculares días, mientras decidíamos sobre la nueva maquetación, que se inspiró en la revista Time, iniciábamos la ronda de presentación de la nueva etapa ante instituciones, entidades, anunciantes y potenciales inversores. Todo ello en un tiempo récord y con un frenesí y entusiasmo que, seguramente, supusieron el ingrediente principal del éxito cosechado más tarde. Una buena dosis de humildad, la preocupación real por ejercer el periodismo más clásico, el trabajo en equipo, una pequeña dosis de rabia por el final indeseado de una experiencia previa y toda la atención puesta en las nuevas plataformas sociales de distribución de contenidos fueron los principios inspiradores de la Crónica Global que nacía hace ya tres años.
Fueron inicios complejos, como es frecuente en cualquier empresa. A cada minuto decidíamos qué pretendíamos hacer. Nos reinventábamos a diario con entusiasmo. Lo único que veíamos claro en aquellas primeras horas era lo que no queríamos ser. Nos negábamos a ejercer como medio de partido, acrítico y entregado a una causa, incluso aunque fuera próxima a nuestras convicciones. Los debates eran constantes. En el primer año descubrimos que lo que más nos unía a todos los impulsores del proyecto eran las posiciones críticas y contrarias con los movimientos propagandísticos que el nacionalismo catalán había iniciado tiempo atrás y que, años más tarde, hemos visto dónde han desembocado.
Pero Crónica Global no era percibida igual de bien por todos aquellos que se oponían a los ardides independentistas en las instituciones y en la vida civil catalana. Se me hará difícil olvidar el día que descolgué un teléfono de la redacción en el que alguien nos recriminaba, casi a gritos, que nuestro medio no hubiera dado la cobertura suficiente a una manifestación de la Legión en una población del Baix Llobregat. O las malas caras y mosqueos de algunos colaboradores a los que se les redujo o anuló la presencia porque justamente representaban un modelo de hiperventilación tan anacrónico como los que criticábamos en el bando contrario. Fueron múltiples las anécdotas que vivimos en los primeros meses, pero nos modelaron. Y, por fortuna, abundaron más las que fueron positivas y animaban a proseguir adelante.
Fuimos sospechosos para todas las fuerzas políticas desde el inicio. Socialistas y comunes nos consideraban un medio conservador. Ciudadanos y el PP, demasiado próximos a los socialistas. Los nacionalistas, un auténtico azote de su gestión y contradicciones. Visto con perspectiva, habíamos encontrado el punto óptimo de equilibrio en el que desarrollarnos como medio de comunicación. Nacíamos sin más servidumbres que las de nuestros lectores, suscriptores y anunciantes, que fueron creciendo de manera constante, pero meteórica.
Había más en contra: el medio estaba dirigido por periodistas experimentados, pero que ni éramos mediáticos ni contábamos con avales históricos de alta dirección. Habíamos ocupado cargos intermedios de responsabilidad, pero jamás habíamos contado con chófer o secretaria. Las llamadas y la agenda nos las administrábamos, y así continúa siendo, de manera personal y directa.
Éramos, en suma, un conjunto sospechoso de comunicadores. También para la necesaria entidad Sociedad Civil, a quien hubo que notificar que la nueva etapa de Crónica Global tenía vida propia y alejada de aquellos que llegaron a pensar que ejercíamos como su órgano de comunicación. Entre las satisfacciones que hemos cosechado en este tiempo figuran dos conversaciones a calzón quitado con Enric Millo, exdelegado del Gobierno en Cataluña, o con la exsecretaria de Estado de Comunicación, Carmen Martínez de Castro, ambos miembros destacados del Gobierno del PP. En ambos casos nos reprochaban la distancia crítica que manteníamos con sus posiciones y, lo peor, difundían entre sus entornos la falsedad de que éramos un medio que vivía gracias a su apoyo. Les puedo asegurar que, pese a la actitud petulante con que nos recibieron, ambos se fueron bien servidos tras las respectivas y educadas conversaciones.
El periodismo de denuncia sobre actitudes caciquiles, de corrupción o de mala vida nos ha granjeado más de una treintena de demandas judiciales. Hemos acudido a los juzgados más de lo que es habitual en un medio. Sospecho que algunos pensaron que tratándose de un digital pequeño la mejor forma de acallar su voz era la intimidación legal. No lo lograron, se lo garantizo. Los jueces nos han dado de manera recurrente la razón y han considerado intachable nuestro trabajo. No ha existido ni una sola sentencia que pusiera en entredicho la profesionalidad y el rigor del medio. Ni un solo borrón en ese sentido. Sólo tenemos abierto hoy un contencioso con el empresario Jaume Roures de las dos demandas que nos interpuso. La primera la perdió y ha recurrido a la siguiente instancia, la segunda está pendiente de que se celebre juicio. Ahora, con más músculo como empresa y como medio, las amenazas jurídicas se han reducido a la mínima expresión. Conocer estos hechos es muy ilustrativo para saber cómo las gastan algunos con la prensa independiente de verdad.
De aquellos inicios hasta ayer han transcurrido tres intensos años. Nuestra compañía ha editado una decena de libros. Hemos conocido a tres presidentes de la Generalitat distintos, a dos presidentes del Gobierno español, hemos pasado de unos 170.000 lectores distintos al mes a casi tres millones y medio y el equipo inicial de periodistas y colaboradores ha crecido a ritmo constante hasta alcanzar hoy una redacción sólida, competitiva y envidiada. En el verano de 2015 nos contábamos con los dedos y hoy ya es necesario emplear una extensa base de datos para tenerlo todo bajo control.
En la óptica empresarial también hemos progresado a buen ritmo. A los inversores que confiaron en nosotros al inicio, en una ampliación de capital que tuvo lugar en otoño de 2015, se añadió un año más tarde nuestra alianza empresarial con El Español de Pedro J. Ramírez, que además de constituir un reconocimiento al trabajo realizado, nos ha permitido superar la visión aldeana con la que el mundo de los medios digitales se ha construido en Cataluña en los últimos años. Que nuestra empresa editora sea una sociedad competitiva y saneada (con beneficios desde su primer ejercicio) ha constituido una de las máximas preocupaciones del consejo de administración que preside Gonzalo Baratech. Porque no descuiden un detalle: Crónica Global es una empresa propiedad de periodistas, que está gestionada y dirigida por periodistas. Esa estructura profesional de propiedad y gestión constituye un hecho casi inédito que nos identifica con claridad en la opaca y decadente industria española de la comunicación.
La buena salud financiera de la compañía editora es hoy nuestro principal activo. Nos hace independientes, es el mayor servicio a los lectores. Nuestros principales competidores barceloneses obtienen, según el caso, entre el 30% y el 70% de sus ingresos a través de subvenciones directas o publicidad institucional. Dinero de todos, en definitiva. En estos tres años, Crónica Global ha ingresado cero euros de fondos públicos, sean locales, autonómicos o nacionales. Por si no ha quedado claro: cero euros. Juzguen ustedes si esa situación no constituye por sí misma el auténtico hecho diferencial de un medio que se financia por las aportaciones de los suscriptores, la venta de libros que editamos o las campañas de publicidad procedentes del sector privado.
Espero que disculpen la extensión inusual de este artículo, pero un tercer aniversario es una excelente coartada para aclarar equívocos interesados de nuestros competidores o adversarios, dirigirse a la comunidad lectora y felicitar a los profesionales que producen a diario este medio. En tres años hemos creado nuevos contenidos y elevado la calidad y frecuencia de nuestras informaciones. Tenemos comunidades en las redes sociales que se cuentan por cientos de miles de personas, somos referencia ineludible para conocer qué pasa en la política, la sociedad y la economía catalana y, para ser justos, hemos conseguido reunir bajo una misma cabecera a las mejores firmas de opinión, una buena parte de ellas expulsadas de otros ámbitos por el sectarismo y el raquitismo comunicacional que ha vivido Cataluña en los últimos años. Somos, en definitiva, el medio de comunicación que leen quienes se distinguen por tener una actitud crítica y prefieren la libertad de pensamiento a las creencias, del signo que sean.
Por si todos esos logros fueran insuficientes, quienes más han mostrado el vigor de Crónica Global son justo aquellos que en la política o en el mapa mediático discrepan de nuestras posiciones. La propensión del huido exconsejero de Salud de la Generalitat Toni Comín a llevar nuestras informaciones o su propia biografía, publicada por nuestro sello editorial, a las sesiones del Parlament son apenas una pequeña muestra de esa actitud opositora que hemos soportado durante tres años por parte del independentismo y de los radicales que hoy gobiernan el Ayuntamiento de Barcelona. Por si era insuficiente para amedrentarnos no descolgar los teléfonos o no responder a nuestras consultas informativas, algunos pensaron que lo mejor para acallar la voz de Crónica Global era atentar contra sus intereses. Los terroristas de Arran (las juventudes de la CUP) demostraron cuál es su visión de la democracia cuando a principios de este mismo año culminaron otros actos vandálicos previos con un ataque a martillazos contra el exterior de nuestras instalaciones en la calle Casp de Barcelona. Con la desfachatez añadida, que no merece mayor comentario porque actúa como un bumerán contra quien lo pronuncia, de tildarnos de fascistas.
Permítanme como corolario agradecer en general a todos aquellos que de una manera u otra han contribuido en algún momento a que hayamos llegado hasta aquí. Merecen ese reconocimiento porque al igual que quienes pasábamos por el notario hace tres años han demostrado un arrojo, una valentía y un sentido moderno de la democracia que son los que permiten superar los obstáculos de las empresas más difíciles. En ocasiones no les ha resultado fácil colaborar o escribir con nosotros. Sin todos ellos hoy no podríamos presentarnos ante ustedes ni seguir prestando el servicio que un periodismo libre e independiente supone en tiempos de posverdad y manipulación política permanente. Ellos son nuestra principal fuerza, el bastón que nos permite caminar rectos. Una resistencia, en definitiva, que muestra que no está todo perdido.
Estamos de aniversario, porque el pasado siempre nos acompaña, pero miramos con interés y ánimo el futuro. Prepárense para seguir compartiéndolo con nosotros. Estamos muy vivos. Pronto les notificaremos novedades que nos ponen al frente de los retos que vienen en los nuevos tiempos y que seguro sorprenderán y estimularán por igual a nuestra comunidad de lectores. Gracias a la confianza de todos ustedes Crónica Global es hoy una realidad indiscutible. Son, de hecho, los verdaderos propietarios y protagonistas. Decía un poeta español (Mariano Aguiló) que conviene olvidar lo que se ha dado para recordar lo que se ha recibido. Y créanme, tres años después de nuestra reinvención, resulta un placer, un honor, tenerles entre nosotros.