Si hay una coincidencia general en buena parte de la Barcelona que prescribe y opina es que Ada Colau es un mal sueño como alcaldesa. La ciudad de los prodigios no puede permitirse un nuevo gobierno municipal a la bolivariana. Gustó como experimento iniciático a una parte de la población, pero los resultados son tan fatídicos que existe verdadero temor a que en mayo de 2019 la primera edil municipal pudiera perpetuarse en el cargo. Incluso, entre los votantes hartos que dieron su voto a la candidatura podemita.
Colau tiene un discurso y una imagen que puede agradar a una parte de los barceloneses, pero unos hechos y una gestión que no convencen a casi ninguno. No sólo por el sectarismo de la mayoría de las decisiones de su equipo, sino por el menosprecio a la historia y al pasado reciente de la ciudad. Con ellos llegó la luz y hasta ese momento estábamos a oscuras, parecen destilar en cada uno de sus discursos e intervenciones públicas. Gerardo Pisarello, Eloi Badia y la propia Colau han cometido tantos errores en su administración del consistorio que será difícil que sus antiguos votantes puedan renovarles la confianza que les otorgaron en 2015.
La turismofobia que han cultivado, la parálisis y bloqueo de los proyectos importantes de la ciudad, la incapacidad para resolver en un mandato grandes infraestructuras (véase Glòries), el desprecio a sectores de la ciudad por razones ideológicas (ejército, empresarios...) son un cúmulo de elementos suficientes para ansiar un cambio al frente del consistorio. Por si todo eso fuera insuficiente, acumulan una calculada ambigüedad con el gran debate político catalán que les aleja de sus bases y les hace emerger como una fuerza tan populista como oportunista, tan imprevisible como poco fiable. Y aquí viene la propuesta.
Colau, Pisarello y Badia han cometido tantos errores en su administración del consistorio que será difícil que sus antiguos votantes puedan renovarles la confianza que les otorgaron en 2015.
¿No sería una buena opción que Ciudadanos considerara de manera seria presentar como candidata a la alcaldía de Barcelona a Inés Arrimadas? La joven política ha demostrado que atesora suficientes mimbres como para construir un cesto de éxito y las posibilidades de alzarse con la alcaldía no serían menores. El tiempo que resta hasta la convocatoria electoral (poco más de un año) sería suficiente para que la dirigente se pusiera al día de las cuestiones de la ciudad y planteara un proyecto diferencial y alternativo al de Colau.
El resto de candidaturas tienen menos posibilidades en estos momentos. Por un lado, el independentismo y su sempiterna división hace difícil conciliar las cuestiones que consideran nacionales con la política local. Al barcelonés le interesa la seguridad, la limpieza de sus calles y barrios, las guarderías, la proyección económica de la ciudad y, si me apuran, los proyectos para mantener su marca en el top mundial.
En ese contexto, ni Alfred Bosch por ERC, ni el candidato que presente el PDeCAT, que pudiera ser la mediática Pilar Rahola, podrían hacer sombra a una candidatura bien armada de Ciudadanos. Jaume Collboni es un político correcto, pero sin la credibilidad suficiente entre la ciudadanía como para confiarle el gobierno de la ciudad. Es más, el PSC podría ser un buen aliado de Arrimadas para llevar adelante la administración municipal en una coalición gubernamental.
El PSC podría ser un buen aliado de Arrimadas para llevar adelante la administración municipal en una coalición gubernamental
De lo contrario, Arrimadas se enfrentará a una legislatura catalana anodina, con nuevas peleas entre las fuerzas soberanistas, ejerciendo una jefatura de la oposición a un gobierno que se opositará entre sí mismo en el Parlamento. De alcanzar el éxito, Ciudadanos dispondría de una las dos principales plazas españolas como experiencia de gobierno. No estaría nada mal si se tiene en consideración que, en materia municipal, los seguidores de Albert Rivera no cuentan con ninguna alcaldía en toda España.
La propuesta es sólo una especulación razonada, apenas una ucronía, sobre lo que sería razonable si la política no se hubiera convertido en una traca permanente de fuegos artificiales. En todo caso, no estaría mal que fuera considerada por sus protagonistas y no cayera en saco roto.