Hubo química personal. Seguro. Pero también el convencimiento de que no podían fallar. De que era tan importante el reto que las diferencias ideológicas y los modelos que cada uno llevara en su cabeza era algo residual, perfectamente manejable. Y se encerraron durante un fin de semana, en un “resumen de trabajo”, como lo llamó Felipe González, que no quería darle, todavía, la importancia que acabaría teniendo, con la necesidad, por parte de todos, de adornarlo con fotografías y discursos compartidos.
Acordaron discutir el documento de Enrique Fuentes Quintana, el vicepresidente para asuntos económicos con Adolfo Suárez. Era el fin de semana del 8 y 9 de octubre de 1977. A las pocas horas de que se analizara el documento, todos los representantes políticos sabían que tenían el pacto al alcance. O la democracia corregía la crisis económica, o ésta acabaría con la democracia. Todo estaba muy claro y España puso rumbo a Europa cuando, en aquel momento, el país podía haber derivado hacia una situación propia de un Estado latinoamericano, como sostiene el profesor del IESE, el chileno Pedro Videla.
Hay retos más complicados que en 1977, económicos, pero principalmente políticos e institucionales
Se atajó el déficit público, se redujo la inflación y se pusieron las bases de una economía sólida, que los posteriores gobiernos socialistas acabarían de consolidar. España pasaba a ser un país moderno, dentro de la zona europea, que se transformaría en la actual Unión Europea. Se había salvado la economía, pero también la democracia.
¿Y ahora? Ese es el drama, pensar en cómo los actuales dirigentes políticos son incapaces de ganar el país de nuevo. Porque de eso se trata, de ganar el país para las próximas décadas, como se hizo en 1977.
¿Hay retos? Mucho mayores que entonces, aunque parezca lo contrario. Pero la paradoja es que los obstáculos no son tanto económicos --rehacer toda la estructura económica del Estado-- como institucionales y políticos. No se quiere admitir por parte del PP, ni tampoco por Ciudadanos --el PSOE y Podemos parece que se han escondido-- que, con la actual crisis política en Cataluña, el Gobierno ha estresado las estructuras del propio Estado.
El Gobierno ha estresado las estructuras del Estado y eso es un peligro para todos
El Consejo de Estado y el Tribunal Constitucional viven tiempos convulsos, conscientes de que el Ejecutivo ha tensado sus costuras. El poder judicial tiene su propio camino, pero con la mirada severa del Gobierno, con nombramientos de fiscales que se han sucedido en el cargo. La presión es enorme. No es que esté en juego un Ejecutivo, del color que sea, es que es el Estado en su conjunto el que sufre, porque no se quiere atender una reforma política e institucional de calado, cada vez más urgente.
Los acuerdos se han menospreciado, ya no son un motivo de orgullo. Se consideran que son cesiones inadmisibles. Todo vale para el desgaste del contrario, desde endurecer el código penal, hasta jugar con las políticas lingüísticas en las comunidades con lenguas propias, como ha ocurrido en la Comunidad Valenciana y se intenta, con timidez y de forma torpe, con Cataluña.
El hecho es que España sigue viviendo de la Transición política y de los grandes acuerdos de Estado, como los Pactos de la Moncloa, aunque les pese a todos aquellos que en los últimos años la hacen responsable de todos los males. Pero la dinámica que ha cobrado el mundo hace imprescindible que España despierte cuanto antes. ¿Qué quiere ser desde el punto de vista económico a 25 años vista? ¿Cómo resuelve un sistema de pensiones que necesitará de ingresos a través de los presupuestos o con impuestos implementados para ello? ¿Qué estructura territorial quiere, y cómo acomoda nacionalidades con especificidades claras? ¿Qué oportunidades quiere ofrecer a los jóvenes, si quiere, al mismo tiempo proteger a los más mayores?
Los países se ganan cuando distintas generaciones asumen que se deben imponer los pactos y los acuerdos
Esas preguntas no deberían generar ningún temor si hubiera una sociedad civil con vigor, empresarios fuertes, intelectuales y profesionales dispuestos a exigir a sus representantes que arrimen el hombro. El problema es que todo eso no se percibe y, sin exigencia, los actuales dirigentes no parecen dispuestos a hacer otra cosa que buscar el poder sin ningún objetivo que ocuparlo.
Los países se ganan cuando distintas generaciones llegan a la conclusión de que se deben imponer los pactos y los acuerdos. ¿Quién los ve cercanos?