Cada día entiendo más al bufón Albert Boadella y su marcha a Madrid. Otro tanto sucede con intelectuales como Félix de Azúa u otros que tomaron, desde Barcelona, las de Villadiego.

Hace años que es difícil vivir en Cataluña siendo una persona crítica. Si uno no disfruta con los infantiles gags del cómico Toni Soler o comparte la doctrina siempre avinagrada de Francesc-Marc Álvaro corre el riesgo de ser un catalán de segunda o, dicho de otro modo, un españolazo, condición que tampoco reconocerán al otro lado del Ebro para quienes hemos nacido, nos hemos educado y llevamos décadas, casi sin darnos cuenta, ejerciendo de catalanes de menor rango ante estos clérigos del nacionalismo.

Algo hemos progresado, dicho sea de paso. Antes, la condición de buen catalán era paralela a ser devoto de la Moreneta, aficionado al Barça, defensor del pan con tomate, la sardana y los corre-bous en algunas zonas del territorio. Hoy es más fácil: lo del Barça sigue igual, pero ya no es necesario ser católico ni danzante de sardana. Con ver TV3 y sus programas hispanofóbicos, creerse lo del expolio fiscal sin datos que lo avalen, aprenderse la historia manipulada y lacrimosa de campanario y utilizar con profusión los términos fascista, dictador, totalitario y coercitivo es más que suficiente.

La nueva religión es el independentismo. Las nuevas celebraciones eucarísticas son más mundanas, se celebran en las calles en forma de cromática manifestación. Por el contrario, todo lo español, sin distinción, es rancio y derechón

La nueva religión es el independentismo. En la montaña de Montserrat siguen existiendo muchos ideólogos, pero las nuevas celebraciones eucarísticas son más mundanas, se celebran en las calles en forma de cromática manifestación. Por el contrario, todo lo español, sin distinción, es rancio y derechón. A España se le llama Estado español sin discriminar la nación de su aparato administrativo. Tal es la locura de los buenos catalanes que es posible escuchar en el colmo del paroxismo a alguien que se refiera a La Roja como la selección estatal de fútbol.

No piensen que todo son anécdotas. Los buenos catalanes, los auténticos, los que nos tildan de etnicistas por cantar las cuarenta, siguen pensando que los emigrantes, sus hijos y todos aquellos que no son de pureza nacionalista (fíjense que no me refiero a los apellidos o el RH) son gente inferior. O eres de los míos o estoy enfrente, ahora ya sin complejos. Fíjense en lo que le sucedió a la líder de Cs, Inés Arrimadas, en el espacio de prime time de TV3 del sábado noche: en ese canal neutral hubo una presentadora de monumental talla intelectual que le interrogó por qué razón hablaba en castellano en su discurso en la Cámara. ¿Imaginan que esa pregunta pueda formularse sin que a nadie se le caiga la cara de vergüenza salvo que sí sea etnicista, racista y hasta gilipollas?

Que los catalanes críticos podamos expresarnos indistintamente en catalán y en castellano, que no compremos el discurso xenófobo, la historia manipulada, los números hechos a conveniencia y los símbolos nacionalistas como propios no gusta, incluso sabe mal. Puestos a hablar de periodismo, que informemos de cómo han construido un relato parcial de sociedad con los recursos de todos, que en vez de callar sus vergüenzas las aireemos sin complejos es un desempeño que no sienta bien. Lo demostraron este domingo en sus digitales subvencionados (donde publicaban noticias sobre nuestra propia noticia) y en las redes sociales con las firmas de la clerecía mediática amamantada por el independentismo institucional.

Sucedió a raíz de la publicación por parte de este medio de un interesante reportaje de Manel Manchón sobre aquellos miembros de la izquierda española que, a diferencia de las posiciones de los partidos de ese espectro político, habían decidido colaborar abiertamente con el nacionalismo catalán de derechas, cavernario y de secta. Lo hacen por un respetable interés por ver sucumbir a Mariano Rajoy y su partido. Dicen que no son nacionalistas, pero dan alas a sus argumentos convirtiendo España en un relato antiguo, falso y unívoco. España no es democrática, dicen, y se fuman un puro.

Todos esos que hoy se escandalizan porque nuestros lectores puedan conocer sus andanzas y beneficios gracias al independentismo de conveniencia no dijeron ni una palabra sobre el odio y el terrorismo urbano

Quien se pica, ajos come. Ver sus nombres negro sobre blanco no gustó a los interfectos, pero aún disgustó más a la Tractoria mediática, ese nutrido sanedrín de pseudointelectuales apesebrados gracias al dinero público. Nos insultaron, nos denigraron y hasta intentaron ofendernos en las redes sociales. Lástima que no ofende quien quiere, sino quien puede. Y hacerlo desde la mentira más ruin y constante ya no convence más que a sus propios seguidores, al más puro estilo de cófrade gregario y vulgar.

Que nos acusen de fascistas o antidemócratas es tan estúpido que no merece ni la mínima contestación. Que nos acusen de señalar al disidente es una interpretación profesional tan zafia y grosera que se les gira en contra. Quienes de verdad han señalado a Crónica Global han sido los cachorros del independentismo radical y de Visa Oro (Arran), con sus comunicados y acciones terroristas contra nuestras instalaciones.

Todos esos que hoy se escandalizan porque nuestros lectores puedan conocer sus andanzas y beneficios gracias al independentismo de conveniencia no dijeron ni una palabra sobre el odio y el terrorismo urbano. Será que estos catalanes de segunda que elaboramos humildemente este digital de referencia nos lo teníamos bien merecido, ¿verdad? Nada, no se preocupen, fomenten la división política, moral y hasta social. Soler, Albà, Álvaro, Colomines, Rahola... sepan que nos trae sin cuidado. El pasado domingo este medio hizo un récord de audiencia gracias a su enfado, y nosotros vivimos de eso, de nuestros lectores, no de la subvención pública que ustedes reciben por su gratitud y adhesión inquebrantable al régimen nacional y tan democrático que les alimenta.