En el crítico y esperpéntico circo político catalán se suceden las actuaciones de trapecistas, algún domador de fieras y muchos, en cantidad industrial, payasos.

No nos extrañemos, por tanto, de que Carles Puigdemont, el heredero de la pragmática y posibilista CDC, se haya convertido en un peligroso radical cuya cordura parece arrojada al fondo de un río centroeuropeo. El último presidente de la Generalitat está demostrando que sólo le preocupa su situación personal y mantener vivo el quimérico relato que le permitió ser el partido nacionalista más votado en las últimas elecciones. Repito: el partido nacionalista, no sea que alguien se confunda y crea que fue la formación política con más votos de las que participaron el 21D.

Con esa actuación circense, ERC se ha convertido en un partido que quiere actuar de forma más diestra. Saben que, en su conquista del Everest independentista, cada vez que logran subir el campo base están facilitando la llegada a la cima en el preciso instante en que las condiciones meteorológicas lo permitan. Puigdemont y los suyos, superados por los acontecimientos y la visita a la cárcel que les espera todavía a algunos, han perdido literalmente el oremus.

 

Parece paradójico, pero ERC lo fía todo a que Mariano Rajoy y su partido de gobierno vuelva a enseñarle a Puigdemont el camino de ley y el orden

 

Los republicanos esperan que se pueda gobernar unos años mientras se recompone el tejido y la base social soberanista, golpeada por la aplicación del 155 y el resultado no del todo favorable de las últimas elecciones. Gobernarán, y están satisfechos, pero no dominarán, que era su pretensión última y futura.

Y en ese marco de actuación, Puigdemont está poniendo muy difíciles las cosas y casi imposible el regreso a la cordura política. Para evitar los barrotes de la celda se muestra dispuesto a todo, incluso a perjudicar a sus compañeros de viaje. Parece paradójico, pero ERC lo fía todo a que Mariano Rajoy y su partido de gobierno vuelva a enseñarle al político convergente el camino de ley y el orden. Lo desean, por más extraño que pueda resultar en primera lectura.

Se da la circunstancia así de que ERC empieza a regresar a posiciones de normalidad, mientras la lista del expresidente sigue empeñada en el show circense. Nada que decir, salvo que los radicales hoy lo son menos y los moderados del nacionalismo han perdido la razón. Ni con tres ni con cinco pistas, el circo catalán deja jamás de funcionar. Como decían los acomodadores: pasen, vean y relájense en sus butacas.