El estrepitoso fracaso del proceso independentista --con los líderes del golpe al Estado huidos o en prisión, sumado a la absoluta indiferencia internacional, a la constatación de que la “construcción de estructuras de Estado” era una falacia, a la incesante fuga de empresas, y a la comprobación de que el 155 se aplica con normalidad-- hizo albergar esperanzas a buena parte de los defensores de la denominada tercera vía.
El secesionismo quedó noqueado, en estado de shock, y la intensidad de las acciones para acercarnos a la Ítaca prometida por los Mas, Rufián, Tardà, Llach, Cucurull, Partal y compañía se redujo sustancialmente. Para muchos de los valedores de la reforma constitucional como fórmula para "encajar" (sic) Cataluña en España, esto era un síntoma --y una oportunidad-- de que el nacionalismo podía volver a posiciones más moderadas y razonables. Sin embargo, hay elementos que apuntan en sentido opuesto. Especialmente tras las elecciones autonómicas del 21D.
El enroque de Puigdemont, empeñado en recuperar la presidencia de la Generalitat a toda costa --de forma telemática o con una aparición por sorpresa en el Parlament en el último momento--, confirma que el frikismo y la extravagancia que ha caracterizado el procés no solo no se ha esfumado sino que se mantiene con fuerza. Además, el entorno del expresident fugado ha conseguido arrastrar hacia la radicalidad a un impotente PDeCAT y a sus exsocios de ERC --haya o no cambio de candidato en el tiempo de descuento--, en quienes algunos analistas habían visto síntomas de sensatez.
Unos presuntos indicios de los que no hubo rastro alguno en el discurso de ayer de Ernest Maragall (ERC) en la sesión de constitución del Parlament. El dirigente nacionalista aprovechó su minuto de gloria al frente de la cámara autonómica --como presidente de la Mesa de Edad-- para lanzar una proclama secesionista y un brutal ataque frontal contra el Estado. Habló de una “Cataluña que no se rinde” ante las “agresiones” del Estado “que cada día vivimos”. Y aseguró que “el Estado español no sabe ganar, sabe derrotar; no sabe compartir, sabe imponer, humillar y castigar”.
El secesionismo unilateralista no ha desistido en su objetivo de lograr la independencia por métodos ilegales. Tan solo se han tomado un tiempo para recomponerse, reajustar estrategias. Quedan pocas dudas de que el esperpento continuará
Maragall --como ha ocurrido con los cabecillas de la "revolución de las sonrisas"-- no solo no pidió perdón ni asumió responsabilidades ante sus bases por el tremendo engaño en que ha consistido el procés, sino que se enorgulleció de él y anunció que continuarán adelante: “Nosotros seguiremos, hemos aprendido, conocemos bien nuestras fuerzas y medimos mejor las del Estado, sabemos lo que podemos esperar de Europa y lo que no podemos esperar de sus grandes Estados”. En esa línea, el exsocialista apeló a la “resistencia, firmeza y tenacidad” de la ciudadanía para avanzar hacia la “república”, y se despidió parafraseando uno de los gritos de guerra de la CUP: “Este país será siempre nuestro”.
Tampoco la intervención del nuevo presidente del Parlament, Roger Torrent, augura el fin de la matraca procesista. De hecho, su elección es el resultado de un pacto que implica el apoyo de ERC a la investidura de Puigdemont, contraviniendo lo indicado por los letrados de la propia cámara autonómica. Aunque la nueva estrella del independentismo institucional mantuvo un tono mucho más suave que Maragall, el victimismo fue el leit motiv de su discurso. Un alegato en el que también alabó ampliamente a su predecesora, Carme Forcadell, precisamente por las actuaciones que la han llevado ante la justicia.
En realidad, nada de lo sucedido es una novedad. El secesionismo unilateralista no ha desistido en su objetivo de lograr la independencia por métodos ilegales. Tan solo se han tomado un tiempo para recomponerse, reajustar estrategias. Como reconocía Maragall, “nosotros seguiremos, hemos aprendido, conocemos bien nuestras fuerzas y medimos mejor las del Estado”. Quedan pocas dudas de que el esperpento continuará. Así las cosas, se abre una cuestión: ¿Cómo es posible que todavía haya constitucionalistas que sostengan que hay algo que negociar con estos personajes?