Una de las constantes que tiene la historia de la restauración de la democracia en Cataluña es que todas las elecciones autonómicas celebradas desde 1980 han tenido unos índices bajos de participación electoral. Los años de mayor esplendor de los triunfos de Pujol son, justamente, aquellos en los que la abstención de los catalanes fue más elevada. Si vemos la serie histórica de participación se aprecia con claridad: 1980 (61,34%), 1984 (64,36%), 1988 (59,41%), 1992 (54,98%), 1995 (63,99%), 1999 (59,90%), 2003 (63,38%), 2006 (56,78%), 2010 (59,95%), 2012 (69,56%) y 2015 (77,44%).
Con la única excepción del 27 de septiembre de 2015 --cuando el nacionalismo planteó la convocatoria como un plebiscito y todos sus miembros, como un solo hombre, acudieron a las urnas--, la designación de los sucesivos gobiernos autonómicos no ha generado un espectacular interés de los catalanes.
El próximo 21D se prevé una elevada participación propiciada por el alto grado de politización que vive la sociedad catalana en los últimos meses. Unos asistirán de nuevo para reafirmar su fe independentista, mientras que otros lo harán para contrarrestar justamente ese fenómeno. Ahí, en esos dos, tres, cuatro... cinco puntos de diferencia en la asistencia de votantes a las urnas es justo donde puede producirse una sorpresa en el resultado.
En esos dos, tres, cuatro o cinco puntos de diferencia en la asistencia de votantes a las urnas es justo donde puede producirse una sorpresa en el resultado del 21D
En otras ocasiones, la demoscopia mide cuántas deserciones tiene un recuerdo de voto que va camino de la abstención, los trasvases entre formaciones... pero en esta ocasión todo parece señalar que la reafirmación de posiciones es la tendencia dominante, con lo que el crecimiento de participación de catalanes desentendidos de la vida pública puede decantar la mayoría hacia uno u otro de los bloques en liza. Hay también otra singularidad de esta campaña que comienza: las empresas encuestadoras tienen serios problemas porque los encuestados, a diferencia de otras ocasiones, no quieren hablar de política en esta ocasión. ¿Voto oculto? Es lo que defiende y espera el PP, por ejemplo.
La fuerza con la que ha jugado el independentismo en los dos años transcurridos desde 2015 puede suponerle en 15 días un desgaste inesperado. Pequeño, quizá, pero no es improbable que las deserciones se repartan entre el voto que pasa a la abstención o el traslado a la operación Iceta. Tampoco es del todo incierto que quienes votaron anteriormente a los socios catalanes de Podemos por hartazgo con Mariano Rajoy y la corrupción les abandonen en busca de opciones más claras contra el independentismo. Es ahí donde Inés Arrimadas tiene una oportunidad histórica de elevar las posiciones contrarias al nacionalismo en el hemiciclo catalán. Gobernar, cómo y con quién será otro debate más poliédrico, transversal y humano.
En cualquier caso, las últimas encuestas conocidas, incluida la del CIS que siempre tiende a aproximarse algo más a la realidad catalana, demuestran que esta campaña sí será determinante para movilizar o lo contrario. Y que, a la vista de las proyecciones conocidas, la suerte no está echada. Claramente, hay partido.