Se han lanzado los líderes independentistas políticos, sociales y mediáticos a uno de esos debates endogámicos que establecen de manera recurrente. Según ellos --la quintaesencia intelectual de Occidente--, conviene ejercer alguna crítica sobre las actuaciones que han llevado Cataluña a la situación actual. Bien, aceptamos que sigan dándole vueltas a la rueda del hámster, pero otra cosa es cómo lo hacen. Ahí vale la pena entrar, más que nada porque produce carcajada plena.
Primera autocrítica: reconocen que no supieron advertir la potencia del adversario. Para ellos, en cambio, ni un reproche infantil. Para sus contrarios, el insulto y la táctica del martirologio: que si el Estado es violento y totalitario, que si nadie contaba con una respuesta de tal magnitud, que si todo estaba enfocado a lograr situaciones de diálogo y transacción en vez de ruptura...
Falso, todo fue un grandísimo embuste. Se edificó sobre el discurso manipulador del independentismo que empleaba conceptos fáciles y populares. Tan demagógicos eran que se desmoronaron como un castillo de naipes nada más ponerse ante el espejo. ¿Cómo pueden mantener la falacia de que existen presos por sus ideas políticas? Lo que ha llevado a prisión a medio ex Govern de la Generalitat y al exilio cobarde a la otra mitad no es su forma de pensar, son sus hechos. Si fuera por ideas políticas, en la prisión estaría toda la plana mayor de la CUP --que ellos sí son desacomplejadamente independentistas y contrarios al sistema-- y, sin embargo, nadie de esa formación política ha incurrido en ilícitos penales que hayan inquietado a los tribunales.
La tergiversación de todo el proceso del independentismo se sustenta en la creación de un enemigo ficticio y en el convencimiento sistemático de la opinión pública de su existencia. Así es desde que el nacionalismo administra la comunidad autónoma catalana, con la diferencia de la intensidad que aplica en cada momento histórico.
Díganles a los propios que les mintieron de forma salvaje sobre la construcción del Estado independiente que habían prometido. Expliquen que todo era quimérico y que jugaron con sus sentimientos y su razón por la vía de la manipulación
Esos mismos líderes que han empleado con alegría e irresponsabilidad el lenguaje, aquellos que han usado el término fascista o facha contra cualquiera que no suscribiera sus postulados, deberían pedir perdón de manera pública. Primero a quienes han faltado al respeto con reiteración. No todo vale en política y confundir conceptos a sabiendas es propio de una nueva clase dirigente que ha pasado de la carcundia al frikismo en un tiempo récord, sin más mérito que el desinterés general por la política que deja tantos espacios abiertos a la mediocridad.
Excúsense ante los ajenos, pero háganlo también ante los propios. Empiecen por decirles que les mintieron de forma salvaje sobre la construcción del Estado independiente que habían prometido. Expliquen que todo era quimérico y que jugaron con sus sentimientos y su razón por la vía de la manipulación. Díganles a quienes movilizaron de manera recurrente para manifestarse, protestar, ir a referéndums inválidos o tantas otras cosas que aquello en lo que participaron es una nueva forma de hacer política que presiona a los poderes y a sus instituciones con cuatro frases hechas y un buen dominio de la comunicación social y las redes. Con mucho más efecto que las octavillas de antaño, por supuesto.
Pero ya que no se arrepentirán de sus pecados --aunque una buena parte de su movimiento tenga raíces incrustadas en el catolicismo complaciente con los nacionalistas-- tampoco nos vendan la milonga de que están ejerciendo la autocrítica. Con que dejaran de mentir y pidieran perdón nos daríamos por satisfechos.