Que somos un territorio de pijos a nadie debería sorprenderle. Las propias manifestaciones de los últimos tiempos (sobre todo las Diadas) eran siempre protagonizadas por clases medias, gente acomodada que se llevaba al servicio doméstico de manifestación. Ponga un obrero en su mesa parecía el eslogan...
Las hordas independentistas las forman una cesta de pijos del upper Diagonal con carlistas de la Cataluña interior. Ese combinado es suficiente para escenificar la huelga, no general, que tuvo lugar ayer. Sólo la secundaron aquellos que no pagarán en su nómina el coste de la insurrección y aquellos otros que, por su condición de pijos (como profesionales liberales bien retribuidos o hijos de ricos de medio pelo), pueden sufragarse la chulería de la protesta.
Cataluña está llena de gente que vive bien. El expolio fiscal que algunos denuncian que ejerce España no parece tener demasiado efecto en la renta per cápita. Por eso, ayer Barcelona hacía huelga si era funcionaria o trabajadora de empresas que tienen que ver con la Administración. El resto del país, sobre todo aquel que tiene su sustento en la economía industrial y productiva de verdad, seguía al pie del cañón.
La huelga de ayer no fue una protesta laboral ni económica, sino el cabreo de los pijos, de sus hijos y, según como, de los nietos de la derecha económica catalana, acompañados por despistados activistas
Los pijos son, sobre todo, gente muy joven. Fíjense en las manifestaciones y en los escraches que se practican contra los cuerpos policiales que no son políticos, como los Mossos d'Esquadra, y comprobarán la juventud de los que critican. En algunos casos, los pijos manifestantes y huelguistas son hijos de convergentes de toda la vida (eso le pasa a la diputada de la CUP Mireia Boya), que a su vez son hijos de los alcaldes del franquismo que tenían el poder en la Cataluña de la dictadura de Franco.
No pasa nada, las generaciones se suceden. Unas son más ilustradas y rebeldes que otras, pero en la mayoría de los casos el nivel de xenofobia e hispanofobia se corresponde. Por eso la huelga de ayer, el paro general, tanto da, no fue una protesta laboral ni económica, sino el cabreo de los pijos, de sus hijos y, según como, de los nietos de la derecha económica catalana. Acompañados, eso sí, por despistados activistas que se han creído lo del anarquismo o lo de la libertad de pensamiento. ¡Una huelga de pijos, créanme!